Medio centenar de personas, integrantes de la Hermandad de la Santa Cena de Jerez, realizaron ayer domingo una visita la Museo Ortega Brú. Los visitantes fuero atendidos por personal de Cultura, que ofrecieron todas las explicaciones sobre la obra del imaginero sanroqueño.
Precisamente Ortega Brú es el autor de la mayoría de las imágenes de la Real y Antigua Hermandad del Santísimo Sacramento, Sagrada Cena de Nuestro Señor Jesucristo y Santa María de la Paz y Concordia en sus Misterios Gloriosos y Dolorosos, cuyos bocetos en escayola se exponen en el Museo.
La Santa Cena, como es conocida en Jerez, procesiona el Lunes Santo desde la Parroquia de San Marcos, ubicada en la Plaza Ntro Padre Jesus de la Sagrada Cena. La visita de los miembros de la Hermandad fue coordinada por el sobrino del artista, Manuel Ortega.
La tte de alcalde delegada de Cultura, Dolores Marchena, explicó que “estamos orgullosos porque son muchas las ocasiones en las que desde Cultura atendemos las visitas de hermandades y cofradías que tienen interés en conocer la obra de Ortega Brú, nuestro insigne imaginero”.
En el paso jerezano de Misterio se detalla la Sagrada Cena de Nuestro Señor Jesucristo, con gran realismo y todo lujo de detalles. Cristo aparece en pie, ante una mesa, con los doce Apóstoles. En la escultura pasionista constituye la Cena Pascual el primer momento decisivo de la pasión. En el segundo paso, Dolorosa bajo palio.
Quizás sea Jerez donde está mejor representado este trascendental instante de la institución de la Eucaristía, al contar con un paso de Misterio, parcialmente, no en su totalidad, por desgracia, realizado por el magistral imaginero de San Roque Luis Ortega Brú. La imagen deNuestro Padre Jesús de la Sagrada Cena es de tamaño natural bien cumplido y de vestir. Salió procesionalmente por primera vez en 1967, ya que en abril de ese año citado entregó el artista dicha imagen, siendo bendecido la noche anterior a esa primera salida.
En una exposición que realizó en Jerez, en 1969, presentó cuatro Apóstoles de este Misterio. Unos años más tarde, en 1975, entregó tres más. Diversos motivos impidieron la realización de los restantes. En definitiva entregó los apóstoles San Mateo, San Bartolomé (sustituido posteriormente), Santiago el Menor, Santiago el Mayor, San Pedro, San Juan y Judas Iscariote.
Siempre persistió en los cofrades la esperanza de que Ortega realizara los cinco Apóstoles que faltaban del Misterio. Pero pronto se perdió esta esperanza porque el artista fallecía en noviembre de 1982.
Todas estas imágenes que hizo para este formidable paso de Misterio están catalogadas dentro de su etapa andaluza. Es el paso, por sus tallas, un obra cumbre dentro del arte cofradiero jerezano.
Esta talla, por sí sola, resume, en perfecta síntesis, todas las cualidades que el escultor poseía. Está realizado con una pátina de betún de Judea, lo que propicia que el conjunto del rostro sea cálido. De ahí que se haya dicho que Ortega tuvo dos etapas: una, la madrileña, en la que utilizaba una carnación gris-verdosa, dando sensación de frialdad, de sequedad, al modo castellano; otra etapa es la sevillana o andaluza en general, en la que se encontraría este Señor de la Sagrada Cena.
Pero aunque estos períodos pueden ser útiles para conocer la obra imaginera de Ortega, pensamos que lo que resultó decisivo al imaginero empleando este color fue el hecho de que, en este momento prepasionista de la Cena del Señor, se trataba de representar a un hombre vivo, mientras que en el Descendimiento jerezano, obra considerada del período madrileño, lo que Ortega buscó fue, precisamente, dar al espectador la sensación de un ser humano inerte. De ahí las diferencias en la carnación.
La expresión del rostro del Señor de la Cena es logradísima y es típica de Ortega. Los ojos son enormes y profundos, muy rasgados, reflejando una honda tristeza y un estado de ánimo premonitorio de los padecimientos próximos. La cabeza, con potencias, hace un giro a la derecha y es de inspiración miguelangelesca por su monumentalidad y fuerza psíquica.
La talla es de vestir, colocada en pie, en el instante de la institución de la Eucaristía, con el cáliz en la mano derecha y de tamaño natural, sin rasgos de dolor, sino con una gran expresividad en su mirada.
En su conjunto, la imagen es netamente moderna, como corresponde a un imaginero de nuestros días. La nariz es recta y larga y los labios son carnosos y amplios. Las proporciones de la talla son equilibradísimas. Los pies son de una gran finura en la ejecución. Las manos, finas y delgadas, nos trae reminiscencia del Greco. Uno de los mechones del pelo cae sobre la frente, haciendo el artista así un alarde de ingenio y buen gusto.
Su policromia de brillo resalta aun más su rostro cansino. Mirada hacia el lado derecho, señalando su mano derecha la mesa donde compartió la Eucaristía con sus doce discípulos y en la mano izquierda portando el cáliz, dándole vida y movimiento a la figura, propio de un barroco depurado. Pelo y barba admirablemente tallados, a base de suaves rizos y ondulaciones muy propias del momento neobarroco que este artista representa, con su característico estilo de doble "S", teniendo un pequeño mechón sobre la frente y uno grande que cae sobre la clavícula del lado derecho. El cuerpo girado hacia un lateral. Destacamos, por último, la perfecta realización de las venas del cuello del Señor, que aparecen exaltadas, transparentándose al exterior, detalle éste que confirma a Ortega como un consumado conocedor de la anatomía humana.
El grupo escultórico de las doce figuras, los doce Apóstoles, aparece en el paso de Misterio alrededor de la mesa. Los colocó Ortega en distintas posiciones, acentuando en cada uno de ellos un estado anímico diferente, así como un gesto atrevido y valiente en la composición.
De los Apóstoles tallados por Ortega hay que destacar, por ser admirable, la talla de Judas Iscariote, el traidor. En este Apóstol renegado depositó Ortega todo su buen hacer artístico, evidenciando lo mucho que sabía de los estados del alma y de la psicología humana. Esta figura la colocó en pie, dando la espalda al conjunto, mirando hacia afuera, como si debiera ocultar algo y, en efecto, es así, ya que lleva en una mano la bolsa con las monedas, pago de la traición. Judas es una talla magnífica, en la que la anatomía es perfecta, logrando Ortega cualidades insuperables en la ejecución de las venas del cuello, que aparecen exaltadas y vibrantes, denotando la violencia psicológica a la que se encontraba sometido por obra de su traición. En sus manos, nerviosas y ágiles, sostiene la bolsa con las monedas, expresando nerviosismo y agilidad, y se vuelve a repetir la huella del genial pintor cretense, que ya comentábamos.
Magníficas son también las expresiones de los otros Apóstoles realizados por Ortega, así como el gesto idealizado de San Juan (cabeza levantada y de pie, situado al lado izquierdo de Cristo, con una expresión de asombro por lo que está contemplando), con la fisonomía de un joven imberbe, casi adolescente, de tamaño visiblemente inferior al del Señor, quizás queriendo resaltar, por medio de este artificio, la suprema dignidad y majestad del Dios hecho hombre; es de hacer notar la rudeza de San Pedro (situado a la derecha de Cristo, mirándole, con la cabeza levantada y de pie, recordando su rostro al de una persona de avanzada edad) que ofrece un gesto de desconcierto ante el instante que está viviendo; la mirada intensa de San Bartolomé; (sentado, con mirada perdida, se aprecia claramente en su pelo la doble "S", propia del artista); los gestos de sorpresa e incredulidad de Santiago el Mayor (sentado, con mirada hacia arriba, barba y pelo tallados y rasgos faciales muy marcados, con hundimiento de los pómulos), o la fina y receptiva expresión de Santiago el Menor (sentado y mirada hacia la derecha; dicen que iba a ser el rostro del Señor, pero finalmente se desestimó la idea) o San Mateo (de pie, con las manos abiertas y mirada hacia abajo y barba y pelo tallados).
Hay que destacar de este conjunto procesional que el artista se encontraba plenamente satisfecho del mismo y, en unas declaraciones, manifestó que había conseguido plasmar a Jesús tal como él le imaginaba en el decisivo momento de la institución de la Eucaristía.
En la Semana Santa del año 2003 iba a estrenar 5 nuevas figuras de Apóstoles, obras de los hermanos Ortega Alonso, sobrinos de Luis Ortega Brú: Tomás, Judas Tadeo, Simón, Felipe y Andrés, aunque no pudo salir en Estación de Penitencia debido a la lluvia. Si lo hizo en cambio en la procesión del Corpus de ese año.