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Ramón Gaya

Con Ramón Gaya pienso que no se le ha hecho la justicia que mereciera, quizás por no ser nada pretencioso o claudicar en la hipocresía social

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Cuando el arte se nos aparece no pretende convencer, ni sentenciar, ni siquiera influenciar, sino simple y llanamente… decir. Y decir y decirnos una realidad natural, inefable, cristalina, una realidad desnuda de todo lo que no la es. Porque no existe nada más difícil que dar vida a la realidad. Ramón Gaya ( 1910-2005), este o aquel murciano, que fue y que es, aún en su ausencia física, que no espiritual, supo como pocos pintar y escribir o iluminar y poetizar (que es lo mismo aun siendo dispares) de la verdad desnuda de la realidad. Y es que tan lejos de artificios, cohetes y vanguardismos e ismos… Gaya se deshacía de todo eso, o más bien no se deshacía, pues no era suya, sino que sólo miraba a lo que era, un vaso medio vacío, una manzana aún en su lucidez, o un sencillo paisaje donde sólo nos invitaba a contemplar aquello que no sobra. Porque la naturaleza, su viva esencia, es lo único no sólo que no sobra, si más allá es lo único que debiera importarnos, por eso Gaya pintaba en pocos, leves y suaves trazos de epifanía casi mística. Pintura no sólo para ver, sino más aún para oír, pues casi podemos escuchar el sonido de un río, la brisa del viento sobre las ramas de un árbol y hasta el silencio de una mujer solitaria. Todo ello, como digo, pintado y escrito, o escrito o pintado, en quien a buen seguro fue un gran observador de la vida. Un enamorado de los sencillos momentos, que pintaba ya sólo mirando, contemplando a veces ensimismado la calidez o la frialdad de una naturaleza siempre viva, activa, palpitante… emocionante. Con Ramón Gaya pienso que no se le ha hecho la justicia que mereciera, quizás por no ser nada pretencioso o claudicar en la hipocresía social, pero su obra está donde es, porque sólo se es cuando se posee el valor del ser. Grato fue verle en un programa de TVE llamado “Imprescindibles”, donde nos sumergíamos en los avatares de su vida y obra. Y la vida sigue, y las modas cambian y los vanguardistas se siguen prostituyendo, y algunos seguíamos mirando al mismo sitio, allí… donde la soledad del ser vive y sabe morir.

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