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El Puerto

Y la Amargura...

Siempre he dicho que me gustaría ser poeta o tener la suficiente inspiración para cantarle a la que para mí es la más bella dolorosa de nuestra ciudad

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Siempre he dicho que me gustaría ser poeta o tener la suficiente inspiración para cantarle a la que para mí es la más bella dolorosa de nuestra ciudad.

La Amargura de El Puerto es quizás una de las mejores dolorosas salidas de la gubia del inigualable Castillo Lastrucci, teniendo en cuenta que realizó tallas de gran categoría: en Sevilla La O, Dulce Nombre y la Virgen del Refugio de San Bernardo, entre otras.

En Jerez hay una dolorosa de gran categoría como es Dulce Nombre que cada Madrugá procesional acompaña al Cristo de la Buena Muerte desde la restaurada Iglesia de Santiago. Y tantas y tantas imágenes que salieron de los talleres del artista sevillano.

Es imposible enumerar la gran cantidad de dolorosas que realizó, principalmente para Sevilla, Cádiz y Huelva. Pero esta Amargura tiene una serie de connotaciones que para mí es la mejor de la extensa obra de Castillo.

Tendrá que ver también la cercanía que desde pequeño he tenido con esta talla, la gran devoción que le tenía mi padre, la de besamos que he asistido, no sé cómo explicar esa atracción que tiene sobre mi esta Amargura.

Mirarla a su cara morena es mirar a la mujer andaluza, es mirar a la Sevilla de su autor, es oler esa primavera cuando llega a la ciudad del Guadalquivir, es impregnarse de sus parques, de sus monumentos.

Mirarla a la cara es recordar la recoleta Plaza de San Lorenzo, es ver el sevillano color ocre de los edificios de Aníbal González o pasear por el Parque de María Luisa. Todo ese me trasmite la mirada de esta dolorosa bellísima y dulcísima.

Es retroceder en el tiempo y verla por la calle Larga a la altura del Bar Manolo y ver la figura de mi padre con el palermo delante del palio como fiscal.
Mirarla a los ojos es recordar como mi madre me alzaba para besarle sus manos, siempre rodeada de sus hermanos.

Como la esperaba en la casapuerta de mi casa en la calle Cielos que se recogiera con el inconfundible sonido de fondo de la banda de cornetas del recordado Arce. Todo esto me transmite la Virgen de la Amargura allá en San Joaquín. Su mirada me transmite tanta y tanta añoranza de personas que ya no están y no los puedo nombrar a todos.

Pero a Don José si lo nombraré con su inconfundible Celtas largo en la boca en los salones de la Parroquia después de la Función Principal de Instituto y lo que disfrutaban aquellos abnegados hermanos de una Hermandad que llevaba sólo 20 años fundada.

Y fíjate cómo pasa el tiempo y ELLA ahí sigue tan bonita y radiante como siempre y tan mimada por los nuevos hermanos que relevaron a aquellos que ya no están entre nosotros.

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