El archipiélago de voces que conforma la actual lírica brasileña, tiene en el decir de Salgado Maranhão uno de sus máximos exponentes. Periodista, compositor y gestor cultural, sus primeros poemas vieron la luz en 1978 y, desde entonces, su obra ha ido vertebrándose al son de una singular arquitectura, donde priman los elementos simbólicos, la sombras de lo iridiscente y el fulgor de lo mítico.
Con “Ópera de noes”, conquistó uno de los dos galardones más importantes de las letras de su país, el premio Jabuti(2016). Ahora, gracias al empeño de la editorial Polibeay a las traducciones de Verónica Aranda,podemos recrearnos en sus lúcidas versiones al castellano.
Anota Charles A. Perrone en su prefacio que es ésta una “pieza músico-dramática, que puede ser bufa o cómica, pero siempre se realiza como desempeño grupal, de muchas voces, sin dejar de haber solos (arias), solistas (cantores) y un director. Así, se figura un contraste entre un impulso colectivo (de la tribu, épico) y otro lírico, del yo privado”.
Y, en efecto, este diálogo coral actualiza la divergencia interna suscrita por la contraposición de lo visual y lo espacial. Cada uno de los textos aquí reunidos, reformula una óptica donde el sujeto concreta su vitalismo espiral y donde se postula una estilización de la propia identidad. Sin embargo, no es ésta una tentativa de introspección, sino un anhelo de hallar en su propia disyuntiva un núcleo común: “Sólo existe la mirada que fabrica enigmas: lunas, mares, lindes./ Y el tiempo en su caballo/ hospedándonos/ en su reino de espadas (…) Llueve sobre el mar/ y la tempestad: llueve/ sobre el brillo del acero/ y de la voluntad”.
La persistencia de una temática hilvanada por la vigilia, lo onírico y la incertidumbre, va aflorando al par de estas páginas que hacen inventario de lo existencial y lo imaginativo. No hay espontaneidad, sino múltiple conciencia, no hay opresión, sino balsámica libertad, pues en el itinerario metafórico de Salgado Maranhão hay una incesante tentación por el pensamiento, por la desposesión de cuanto no sabe a verdad, a esencia: “Camino por el terrón/ donde guardó la lengua/ sus harapos; su vértigo de lirios/ y sermones (…) Soy el viajero que arrastra/ la mies mítica/ y la liturgia del fuego (…) estoy contaminado de esquinas/ y devenires”.
Regresar al punto de partida, al advenimiento de lo empírico; descubrir lo simultáneo, lo implícito de la evolución, parecieran ser también los instantes que el autor brasileiro quisiera aprehender desde el bordón de su discurso. Consciente de que su verbo incide en la comunión del ser humano con su propia finitud, su anhelo se hace también equilibrio para no tornar en disidencia la musculatura de su inquietante dicción.
Y, de esa forma, cualquier atisbo de radicalismo se modula en una suerte de confidencia, de vigorosa apuesta por el reconocimiento de lo vivo, de lo latente, de cuanto es, en suma, lírico sedimento para el lector: “Recojo la tarde/ que cae/ sobre ti, con/ los restos del crepúsculo./ Mientras,/ la ciudad ( en su corazón/ de piedra) grita/ desafiando a la poesía./ Mientras,/ es fuego la vida que late en mis húmeros”.