Vistas las reacciones políticas y de los usuarios de las redes sociales a los disturbios en las barriadas jerezanas de San Juan de Dios y El Chicle, las esperanzas de que el problema de fondo se ataje son prácticamente inexistentes. Los desórdenes públicos provocados por vecinos que en un caso trataban de proteger a un prófugo de la justicia y de violencia de género y en el otro se enfrentaban a la Policía Nacional por la clausura de un taller ilegal son lamentables. Tal y como han expresado el subdelegado del Gobierno en Cádiz, José Pacheco, y la alcaldesa, Mamen Sánchez, urge preservar la ley y restituir el principio de autoridad, reforzando puntualmente la presencia policial y persiguiendo la delincuencia con firmeza. Pero hay que evitar por todos los medios ceder a la presión del PP de Jerez para convertir estas zonas en la Franja de Gaza. Estos disturbios son solo el síntoma más extremo de la enfermedad, la desigualdad, sobre la que no se ha dicho ni una sola palabra porque estos territorios quedan lejos de intereses particulares y electorales. El grito de la vecina a los agentes que se jugaban el pellejo en la aciaga noche de autos, viralizado por Instagram, “no podéis con El Chicle, maricones”, debe servir para reflexionar seriamente. Si bien no representa al barrio, donde la mayoría de sus habitantes es gente honrada y trabajadora, expresa de manera desgarradora la desconexión con el resto de la ciudad y con las normas cívicas de una minoría que enrarece el ambiente. Crecer en ese entorno es asfixiante y resulta fácilmente que se frustren proyectos personales.
La realidad de ambas barriadas, con rentas inferiores a la media local, es incómoda y requiere una actuación integral que ya desarrollan desde hace más de 10 años entidades sin ánimo de lucro, Ayuntamiento e Iglesia. Los resultados, discretos, no pueden desanimarnos. Hay que evaluar de manera constante los resultados, corregir, reforzar aspectos, pero siempre con ambición. Hay que evitar la tentación de reducir el asunto a una mera cuestión de inversión pública, necesaria, pero insuficiente si no hay se actúa con las personas. Ni el cemento ni el alquitrán por sí mismos son solución. La ex alcaldesa Pilar Sánchez planteó la posibilidad de integrar la zona sur por medio de una escalera mecánica en la cuesta de San Telmo. El proyecto no prosperó y, de haberlo hecho, no habría cambiado nada porque el problema no es de movilidad física. San Juan de Dios y El Chicle necesitan que funcione el ascensor social. Para ello, hay que acudir sobre todo a los niños, adolescentes y las mujeres, fomentar la formación y la participación, que tomen partido en iniciativas para mejorar la convivencia. Esto no va de ideología, sino de justicia. Las imágenes de estos días son impactantes y se han prestado a la frivolidad política y de los internautas. Atendamos al aviso. Lo que ha pasado no es nuevo, pero tampoco es lo cotidiano. Que la situación se degrade no solo compete a la Policía, también a las instituciones y el conjunto de la sociedad jerezana. Y solo se puede solucionar si se aborda con unidad, sin prejuicios, con humildad, y con la convicción de que ganamos todos si se reduce la desigualdad.