¡Sí señor! La economía va bien. Y la mejor prueba es la subida de la gasolina. Y el economista se quedó la mar de tranquilo. Así es que la subida de los carburantes ya no es la ruina de los transportistas, ya no reduce los viajes en coche, único verdadero bien de la subida, aunque no sea ese su objetivo al subir. Ya no provoca una subida general en bienes de consumo y de forma muy especial en alimentación, que, desde que somos “moelnos” se vive la teoría de las distancias (mientras de más lejos venga, mejor). Ya no. Ahora la subida de un bien necesario en tanto beneficia a quienes más han acumulado, es un marcador de lo bien que va la economía. D. Gonzalo, con todo el respeto a sus otras intervenciones, esta vez ha hablado por dónde se expulsa la parte no aprovechable de la comida.
La subida de los carburantes afecta a todo: suben los alimentos, los envases dónde se transportan, el vestido, los materiales de construcción, y como consecuencia la vivienda. La subida de los carburantes no es un marcador del nivel económico alcanzado, sino del nivel de pobreza a que se nos está llevando. Autoridades exigen “que nos dejen construir” ignorantes -podres ánimas- que construir también es hacer, es mejorar. Pero ellos sólo conocen una acepción de la palabra: la de hacer colmenas, incluso para destruir parques naturales, aunque luego los cuchitriles llamados viviendas se queden sin vender. Lo importante es ser más grandes. En extensión, o si acaso llevando habitantes de otros lugares, o sea: haciendo más pequeños a otros. La subida de los carburantes no marca la mejora de la economía, pero ayuda a hundir en la miseria a miles, millones de familias. Porque lo que el alza del petróleo no induce a elevar son los sueldos, que el “yu-yu” asusta a los empresarios más que cualquier otra subida. Más que todas ellas juntas. Y con ellos los responsables de los partidos que confunden “libertad” con la suya para imponer dictaduras a las que, sin sentir elevación del color en sus rostros, llaman “democracia”.
Lamentable valoración de quien se ha ganado la confianza del espectador confiado en que alguien llegue a valorar con sensatez. Ejercicio innecesario para hacer perder a todos el escaso hálito de esperanza que pudiera quedar a la generalidad del sufrido pueblo subido a la bachillería vacía de confiar en la “unidad de la patria”, una unidad rota -si alguna vez existió- precisamente por aquellos patriotas de pulsera con sus fondos bien guardados en paraísos fiscales. Que a esos no les afecta ninguna subida, pero sus economías sí que mejoran con la extensión de la pobreza. La subida de los carburantes es reflejo de ambición, de mayor beneficio para sus extractores, y para quienes en 30 años pasaron de pobres explotados a grandes explotadores; es reflejo de la ambición sin límites acostumbrada a apretar cuando disfrutan porque nada revienta. Es reflejo de la debilidad, del conformismo o la colaboración de los gobiernos, defensores del gran capital y extensores de pobreza. Y de la ignorante irresponsabilidad de la preferencia de cuanto venga de lejos; cuanto de más lejos, mejor.