El título de esta columna une dos conceptos que se hacen más necesarios cada día. No es que estas dos palabras ni la aplicación de los conceptos que representan vayan a arreglar el mundo entero, pero sí parte de sus problemas. Y es que basta que se dé un paso hacia la igualdad (o, simplemente, hacia el sentido común) para que la berrea machirula vuelva a oírse desde algunos sectores reaccionarios de la sociedad. Ahora, un nuevo avance ha activado los gritos del machismo para tocar los ovarios (nunca mejor dicho, como verán ustedes ahora) a las mujeres: la baja laboral por dolores menstruales.
Es obvio que un amplísimo sector de la sociedad desconoce qué es la dismenorrea (es decir, los dolores pélvicos y abdominales relacionados con la menstruación) y que ignora dolencias como puede ser la endometriosis. Al margen del desonocimiento, también entra en juego el machismo que aún permanece en la sociedad, la falta de empatía con las mujeres que sufren esos dolores y, cómo no, ese capitalismo salvaje que conlleva preguntas en las entrevistas de trabajo que poco o nada tienen que ver con las funciones del puesto al que se aspira: “¿tiene usted o piensa tener hijos?” o, a partir de ahora, “¿tiene usted dolores menstruales agudos?”. Espero que hacerse una histerectomía con extirpación de ovarios no acabe convirtiéndose en un requisito para acceder a un puesto de trabajo, aunque visto lo visto me espero cualquier cosa. Quién sabe si alguno lo acabará exigiendo poner en los perfiles de Tinder y LinkedIn.
España es ese país donde a nuestros abuelos les inculcaron las “bondades” del trabajo e incluso tenerlo como cuestión de honor, incluso aunque te estuvieran explotando. “Hijo, lo que hay que hacer es trabajar”, solía decirme mi abuelo. “Se ha muerto Paco, madre mía, con lo que ha trabajado ese hombre”, podemos escuchar aún hoy en algún velatorio como si el trabajo conllevase la inmortalidad. Sin embargo, poco se hablaba de la dignidad: lo que hay que hacer es trabajar, querido abuelo, para garantizarse una vida digna; todo lo que no sea eso es esclavitud. Y sí, la horda machista que resiste entre nosotros quiere decirle a las mujeres que tienen que trabajar aunque tengan que sufrir unos dolores equivalentes a tener un hurón en su interior devorando sus entrañas. El rebaño sumiso, además, defiende esas preguntas absurdas sobre intención de tener hijos o dolores menstruales, justificando al empresario que “tiene que comerse una baja maternal” o que “ahora tendrá que tragarse una baja al mes por tener la regla”. Al final son los que “bendicen la vara que les golpea y besan la bota que les pisa”, como dijo aquel.
Empatía, esa palabra que tantos pronuncian y tan pocos conocen y aplican. Vinendo del pathos griego, vendría a significar “entender el sufrimiento del otro”. Ponerse en sus zapatos, que diríamos hoy en román paladino. Parece que algunas personas necesitarían una patada en sus partes pudendas cada pocos minutos durante cinco o diez días al mes para comprender lo que sufren las mujeres con dismenorrea o con cualquier dolencia que afecte a su menstruación. “Monstruación”, la llamaba una amiga mía con endometriosis, por lo monstruoso de los dolores que sufría. Quizá así desarrollen la empatía. Y, si esto no fuera suficiente, ya con los cojones destrozados por el reiterado puntapié, repetirle la frase que ya mencioné de mi abuelo: “hijo, lo que hay que hacer es trabajar”.