“Temo a los griegos, incluso a los que traen regalos”. Esa frase se atribuye a Laocoonte cuando su pueblo aceptó el caballo de Troya. El resto de la historia es de sobra conocido, de modo que nos ahorraremos la pedantería. A mí con los políticos me pasa lo mismo: los temo ya de por sí, hasta cuando traen rebajas fiscales. Aunque esta historia y su relación con la célebre réplica equina se conoce mucho menos.
Del mismo modo que el caballo sirvió para introducir en Troya a un grupo selecto de soldados enemigos, las promesas fiscales nos introducen recortes que son el enemigo del grueso de la población y de los Estados: el de derecho y el del bienestar. La merma de recursos para mantener los servicios públicos rompe el estado del bienestar al no poder garantizar una educación pública, una sanidad pública, una inversión razonable en infraestructuras o, incluso, una adecuación del número de empleados públicos a las necesidades de los ciudadanos. Por eso las listas de espera son eternas en la sanidad, se financia colegios privados con dinero público para contar con plazas concertadas o las ayudas a la dependencia llegan, en muchas ocasiones, cuando a la persona dependiente ya la cuida San Pedro. Eso atenta contra el Estado de Derecho: La ley no se cumple si derechos constitucionales como la vivienda, la sanidad o la educación no se garantizan. El Estado de Derecho es mucho más que intervenir Cataluña por no haber sabido gestionar un órdago separatista o sacar una tanqueta para acallar la lucha obrera en Cádiz.
Nos han metido en la cabeza que pagar impuestos es dejarse robar. Y nos meten ese mensaje con calzador y vaselina los mismos que han expoliado los recursos públicos que hemos financiado los currantes. No todos, no: los currantes. Los que no hacemos ingeniería fiscal para eludir nuestra obligación. Ahí está el problema: los que más tienen que aportar encuentran vías para pagar menos o no hacerlo, mientras las rentas más pequeñas soportan la mayor carga impositiva. El problema no es la presión fiscal sino quién la soporta. Cuando celebras una rebaja fiscal, celebras el paquete de pipas que te dan mientras te roban la olla de cocido; te alivia un poco la cartera mientras te roban los servicios públicos que garantizan tus derechos.
A ver si esto lo vamos teniendo claro y no tenemos que esperar otra pandemia para recordar cómo la sanidad privada dejó de sacar pecho y se puso de perfil mientras la pública doblaba turnos porque estaba demasiado debilitada para comerse el marrón que se les vino encima. Y cumplieron. Dejemos de aplaudir ese caballo de Troya que nos meten esos neoliberales de la Escuela de Chicago. Que ya vendrán los “madre mía” y los “es el mercado, amigo”. Pues eso.