La pasión por los castillos medievales surgió en el siglo XIX, con el Romanticismo. España, a diferencia de otros países europeos, conserva muchos castillos de la Época Medieval, y por el contrario bastantes menos de épocas posteriores. No es una casualidad, es simplemente una realidad histórica. Durante la Edad Media, la necesidad de fortalecer las fronteras que delimitaban perfectamente el empuje constante que se hacía sobre los invasores musulmanes, hacía que las construcciones militares poblaran los montículos y los puntos aventajados. Por otro lado, la poderosa nobleza, construía sus castillos para defensa de sus territorios. Pero el estado de conservación de todas aquellas construcciones bélicas, tras siglos de descuido, era, en muchos casos, lamentable.
Diversas asociaciones, iniciativas privadas y sobre todo, el impulso dado por las administraciones, han producido el milagro de la restauración de muchas de aquellas joyas arquitectónicas, que, en su mayoría, presentaban el denominador común de sus torreones desmochados.
El estado ruinoso de muchos torreones se atribuía en principio a la mala edificación, a los agentes naturales, o a la posterior utilización de sus sillares para otras construcciones, pero puede que en muchos casos tuviera otra explicación que enlaza con el título de este artículo.
Entrados en la Edad Moderna, la preeminencia económica de países como Francia, Alemania, Inglaterra o Italia, convirtieron en maravillosos castillos y palacios las residencias de sus nobles; mientras, en España, cortitos de recursos, permanentemente endeudados y guerreando contra todo bicho viviente, los nobles apenas pudieron disfrutar del ocio y del confort que la época proporcionaba y las maravillas arquitectónicas que surgieron en las cortes europeas durante el siglo XVII y XVIII, brillaron aquí por su ausencia.
Cuando Carlos III llegó a Madrid, procedente Italia, para hacerse cargo de la Corona de España, ni siquiera tenía un palacio digno en donde residir. Por eso se construyó el Palacio de Oriente, en Madrid.
Pero antes había sido muy al contrario. Al final de la Edad Media surgen los Estados Modernos, principalmente impulsado por Francia y España, que acababa de reunificar el territorio, aunque aún era la conjunción de tres reinos: Castilla, Aragón y Navarra.
El Estado Moderno supone muchas cosas importantes, pero sobre todo es el final de feudalismo y tiene su explicación.
En las épocas anteriores, de convulsiones políticas y guerreras, los reyes están faltos de recursos económicos y se tienen que apoyar en sus leales para emprender lo que por sí mismos no pueden hacer. Pero no hacen nada más que pagar los favores que en el campo de batalla les prestan los nobles, con nuevos títulos de nobleza, nuevos señoríos o ampliación de las tierras sobre las que ejercer sus dominios y, en definitiva más poder para sus vasallos en detrimento del suyo propio, paliando de esa forma la falta de compensación económicas que es lo que en definitiva todos buscan.
Con los títulos de nobleza, los señoríos y los feudos, van aparejados las prebendas recaudatorias de las que los nobles hicieron gala durante toda la Edad Media.
Pero llega un momento en el que el rey es cautivo del poder de los señores feudales y ahí se da cuenta de cual ha sido su error. Para cualquier empresa que quiera iniciar, ha de pedir prestado a los nobles y los intereses, como no los puede pagar, van consignados en especies, con lo que el rey cada día es menos rey y el señor feudal cada día es más poderoso.
Otra consecuencia del feudalismo y muy importante, es la fragmentación que experimenta toda la sociedad. Cada feudo tiene sus propias leyes que se ejercen de formas muy diferentes; cada señor aplica sus tributos y los recauda, creando una sensación de caos mayor, cuanto más fragmentado está el país; cada señor feudal forma su ejército y lo paga.
La situación se complica cuando los campesinos apenas pueden producir para su subsistencia porque los campos están agotados, el clima no es propicio y las epidemias se apoderan de la situación diezmando la población de Europa.
Además, se descubren nuevos mundos. La Tierra, cuya redondez se sospechaba, es ya efectivamente redonda y Europa no es la única tierra existente.
Muchos campesinos emigran de los campos a las ciudades y muchos otros se embarcan en las aventuras.
Faltos de dinero con el que pagar la soldadesca, los ejércitos de los feudales se convierten en "bandas" que usan de procedimientos delictivos para subsistir y los países cada vez sufren más lo que ya podría calificarse como "inseguridad ciudadana".
En España, descubrimiento, conquista y aprovechamiento de las Américas es obra del Estado Central, que de alguna manera queda fortalecido tras concluir la Reconquista.
La autoridad real estaba muy reforzada y algo similar ocurría en otros países del entorno que durante el siglo XV vieron como se robustecía este poder, lo que acarreaba la centralización del Estado, la unificación de las normas, de la burocracia y de la justicia.
Pero los señores feudales no estaban dispuestos a perder sus prebendas así como así y viendo que del derecho de pernada, según el cual el señor podía catar a toda mocita que fuera a contraer matrimonio, pasaban a situaciones mucho menos preeminentes y cada vez más recortados en sus ingresos y potestades, quisieron hacer frente al poder real de la única forma que podía hacerlo: remoloneando para no dejarse arrebatar los privilegios.
Por eso, un día, y no de buenas a primeras, por cierto, los reyes rompen la dinámica que hasta ese momento existe.
¡Aquí mando yo! Que para eso soy el rey, debió decir alguno harto de ser prisionero de sus propios vasallos.
La vida cambió notablemente, se potenciaron los gremios; muchos hombres de negocio pasaron a invertir en agricultura y ganadería, se mecanizaron muchas de las tareas del campo, en la medida que la tecnología e aquella época permitía, precisando de menos mano de obra y, en fin, se dio un paso adelante en la consideración del ciudadano como persona.
Algunos monarcas se atreven contra sus mayores vasallos, otros se lo piensan y conducen la situación desde la diplomacia, invento también de los Estrados Modernos. Pero hay casos en el que el señor feudal sale airoso de su confrontación con el monarca.
En España uno de esos casos coincide en la etapa de los Reyes Católicos, con el mayor paladín que los monarcas hubieron tenido: Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. El vasallo más poderoso y mejor situado entre todos los nobles españoles que acaba de conquistar para la corona de Aragón, todavía sin unificar con Castilla, el Reino de Nápoles.
Es una historia que se conoce como "Las cuentas del Gran Capitán" y que el vulgo engrandeció hasta extremos que se salen de la realidad.
Se ha dicho que a la muerte de la Reina Isabel, protectora de don Gonzalo, el Rey Fernando le mandó rendir cuentas de las campañas de Italia, lo que sentó muy mal al noble que contestó con una carta llena de exabruptos que empezaba: Por picos palas y azadones, para enterrar a los enemigos, cien millones; y seguía por las misas dando gracias por las victorias, las reparaciones de las campanas rotas de tanto repicar los triunfos, guantes perfumados para evitar el hedor de las batallas y un sin número de partidas para concluir que, por tener que soportar que se le pidieran cuentas cuando había conquistado un reino, otros cien millones de ducados.
De haber sido cierto el incidente, debió ocurrir en torno al año 1506 y así se recoge en algunos tratados de historia, pero da la casualidad de que en el Archivo Nacional de Simancas, existe un cuaderno de veinte hojas, tamaño folio, manuscritas, que en el anverso de la primera página dice: "Finiquito de las cuentas de Nápoles al thesorero Morales".
El Boletín de la Real Academia de la Historia, en el Tomo 56, Cuaderno IV, correspondiente al mes de abril de 1910, publica un artículo de Antonio Rodríguez Villa, historiador español fallecido en 1912 que lleva por título "Las Cuentas del Gran Capitán" y en el que narra cómo llega hasta la Academia el cuaderno en cuestión y cómo en las páginas del mismo se describe que Gonzalo Fernández de Córdoba y el tesorero Alonso de Morales, rinden las cuentas.
En la segunda hoja y debajo de una cruz dibujada en el centro se lee: "Los maravedíses e ducados que Gonzalo Fernandez de Cordoua, capitan general que fue por el Rey e la Reyna, nuestros Señores, de la gente de cauallo é de pié que sus Altezas mandaron ir con él á la guerra de Italia, reçebió é hizo reçebir de algunas personas para la paga de la dicha gente é gastos de la dicha guerra, é para otras cosas complideras á su servicio, son los siguientes."
Seguidamente se relatan las partidas desde el año 1495 hasta 1499, se describen los maravedíes que Gonzalo Fernández se gastó en relación con los que recibió y está firmado de común acuerdo por el Gran Capitán y el Tesorero del Rey. El documento concluye diciendo: "Por manera que no se queda debiendo cosa alguna al dicho Gonzalo Fernandez del dicho alcance."
Son éstas las únicas cuentas que del Gran Capitán existen como verdaderas. Luego se han querido buscar las otras, pero no aparecieron, aunque sí que circularon versiones sobre aquellas imaginarias en las que el militar, pesaroso por tener que rendir balances tras tantas hazañas de guerra, se hubiera salido de tono.
Así, en las Crónicas del Gran Capitán, impresas en Alcalá de Henares en 1584, se relatan todas esas partidas que se ponen como salidas de la pluma del insigne militar, cuyo carácter no estaba precisamente adornado por la ironía, sino por el respeto y obediencia a sus soberanos, amén de que, de otro lado, impensable resulta que Fernando el Católico, un rey muy autoritario, hubiese tolerado semejante insubordinación.
El insigne Lope de Vega, recogió la leyenda en su obra Las Cuentas del Gran Capitán, que posiblemente contribuyó a avivarla.
El Gran Capitán protagonizó varias campañas en Italia, en donde tras conquistar el Reino de Nápoles para su señor, el rey Católico, lo gobernó como virrey durante cuatro años.
Su declive se inicia a la muerte de la Reina Isabel, su valedora, en 1504 y sobre todo, debido a las envidias que despertaba en la corte.
Lo cierto es que el Rey Fernando veía en su Capitán un peligro en ciernes, por lo que lo hizo volver a España antes de que el de Córdoba sucumbiese a la tentación de autoproclamarse Rey de Nápoles, como sus vasallos le pedían, o lo que era aún peor, que pusiera su ejército al servicio de cualquiera de las ciudades-estado italianas que pagase mejor, incluso del mismo Papa, y terminase convertido en un condottieri, palabra italiana que deriva de condotta, que quiere decir contrato y que define al capitán de tropas mercenarias puestas a disposición de los señores poderosos o de las ciudades-estados italianas, mediante el pago de los servicios prestados.
Recluido en su feudo de Andalucía, el Gran Capitán se somete a la autoridad del rey, el cual, para demostrar quien es el que manda, ordena desmochar el torreón de su castillo de Montilla, ciudad de la provincia de Córdoba.
Esa era la maniobra real que iba directamente a acabar con el poder de sus nobles y lo mismo que el Gran Capitán, muchos otros señores feudales vieron como la torre del homenaje, o el torreón más significativo de sus castillos fortaleza, eran derribados por orden del rey.
Si hacemos un recorrido por los muchos castillos medievales que jalonan las tierras de España, y al leer las reseñas de su estado general, siempre encontramos la palabra desmochado, refiriéndose a las torres que los mismos lucían. Es evidente que el paso del tiempo ha atacado a las zonas más preeminentes de los castillos, pero también lo es que precisamente esas torres eran las más recias construcciones con las que el castillo contaba y servían como elemento de defensa, a la vez que de refugio si los asedios ponían la situación comprometida. Por tanto, cabe pensar que no ha sido exclusivamente obra agresiva de los agentes naturales, sino que muchos de ellos fueron desmochados en una demostración de autoridad real.
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