El tiempo en: Puente Genil
Publicidad Ai
Publicidad Ai

El cementerio de los ingleses

Lástima de humoristas

Pues dice ahora Don Alfonso no sé qué de un golpe de Estado, hablando de la amnistía y la investidura de Sánchez, en Cataluña

Publicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai

Hace tiempo que no veo El Hormiguero, entre otras cosas porque hace tiempo que cojea demasiado del pie del sesgo político, no ha hecho autocrítica ante las evidentes conductas machistas que se han llevado a cabo en el programa y, en definitiva, por esa conversión de Pablo Motos en el Íker Jiménez de Atresmedia. Igual que el divulgador de lo paranormal ha dado vidi lla a negacionistas, personajes de ultraderecha e, incluso, defendió las encarcelaciones en El Salvador sin la más mínima garantía jurídica, el otrora comunicador y humorista se ha convertido en un peón de los ultraliberales, reaccionarios y hasta nostálgicos. Sin embargo, la intervención de Alfonso Guerra en el programa del presentador valenciano bien merece comentario, reflexión y un babuchazo con letras desde esta columna.

Por ponernos en contexto, el personaje de Alfonso Guerra en la política es el de aquel eterno número dos de Felipe González en el Gobierno y en aquel PSOE que se dejó el socialismo en Suresnes. Podríamos decir que González, Guerra y los que les sucedieron fueron responsables de que, en 2014, una izquierda desencantada fundara Podemos para tirar del brazo izquierdo a los de Ferraz y hacer que recordaran (aunque fuera levemente) el significado de la S en sus siglas. Sin embargo, esa mirada de soslayo del PSOE hacia su izquierda también ha llevado a las reacciones furibundas de viejas glorias del partido, aquellos que escondieron su mano izquierda tras un manto de cal viva, censuraron a Javier Krahe tras la canción Cuervo Ingenuo y llevaron a cabo las primeras privatizaciones. Supuestos socialistas actuando como neoliberales, por Manitú.

Pues dice ahora Don Alfonso no sé qué de un golpe de Estado, hablando de la amnistía y la investidura de Sánchez, en Cataluña. Teniendo en cuenta que en la sentencia condenatoria del procés no se habló nunca en esos términos, todos los que hablan del golpe que no hubo podrían caer en algún tipo de delito al imputar un supuesto delito que no hubo. Seamos serios: al no tener ninguna validez la votación del 1 de octubre de 2017 en Cataluña, al no ser reconocida en ninguna parte, supone el mismo delito que podría tener una encuesta de las que hace cualquier periódico digital hoy día. Es decir, casi ninguno. Apenas la malversación y poco más. Otra cosa es la sensación y los deseos de condena que aquellos hechos puedan dejar a cada cual desde su punto de vista. En fin, hace tiempo que González y Guerra son los activos del PP que más me llaman la atención. Y no, no es una errata cuando digo que son activos del Partido Popular.

Pero lo que más me cabrea es que afirme que siente pena por los humoristas que ya no pueden hacer chistes «de enanos y homosexuales». Parece que otras cosas no hacen gracia a Don Alfonso. Se ve que en cuarenta años no ha avanzado intelectualmente y necesita ese humor rancio que consistía en reírse de colectivos oprimidos en esa época donde tocó cierta cuota de poder. Le han faltado los gangosos para decir que echa de menos a Arévalo o volver a celebrar aquella parodia de Martes y Trece sobre la violencia de género. Puede que también sea de los que añora los espectáculo del Bombero Torero donde, aparte del maltrato animal, se encasilla a las personas con enanismo en roles cómicos, como si no pudieran ser comerciales, administrativos o electricistas. O, por qué no, dirigentes políticos. Ellos pueden tener una baja estatura corporal, pero Guerra demuestra muy poca altura intelectual y de miras.

La sociedad evoluciona, despacio y de boquilla, pero evoluciona. Se fueron los tiempos en que el estereotipo amanerado de las personas LGTBI o las risas a costa de las personas con cuerpos no normativos dejaron de hacer gracia. Quizá, como ya dije en alguna ocasión, haya que dejar de hacer chistes que no interesan a casi nadie y renovarse en vez de llorar una inexistente cultura de la cancelación. Los humoristas deben producir risas, no la lástima de aquellos que echan de menos contenidos anacrónicos. Y, luego, está lo de Alfonso Guerra: eso ya, directamente, da pena.

 

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN