Ser del Cádiz es una cosa verdaderamente molesta. Uno tiene que soportar que le roben con impunidad, porque en las tertulias no nos dedican más de 5 minutos, ni nos sacan en los programas de la tele ni se ofuscan las portadas a toco color como cuando Camavinga se corta el pelo de una manera determinada o Koundé se ha comprado una chaquetita en vaquera en el Primark. Ser del Cádiz es un dolor de cabeza: somos el equipo con más llamadas al VAR para pitarnos penaltis en contra desde que existe el cacharrito (14 veces), el equipo con más rojas en Liga sin ser, ni mucho menos, de los que más pega (5 rojas)y ahora también nos apuntamos a la lista de los que sufrimos las manos inventadas, como la de Momo este fin de semana que se queda fuera de todo entendimiento.
Los árbitros han pasado de ser esas figuras a veces prepotentes pero con personalidad a robots pusilánimes y cobardes. Por mucho que el del VAR sea una persona desquiciada con falta de rigor, ¿cómo puede Martínez Munuera acercarse a la pantalla y pitar ese penalty? ¿En qué cabeza cabe que un tipo que cobra 150.000 euros al año por impartir Justicia decida robarle 2 puntos a un equipo porque un balón roza en las uñas a un defensa? Ya veníamos de un lunes tenebroso, donde expulsaron a Chust por estornudar al lado de Aspas cuando Fali estaba a medio metro, la historia que conocen ustedes, y ahora otra victoria que se queda en el camino por una prevaricación frente a un monitor. Enfrentarse a los árbitros es una cosa monstruosa, sólo espero que mi equipo lo siga haciendo y no se calle aunque nos miren mal, nos apunten y nos disparen.
Entender el fútbol se está convirtiendo en una cosa complicada. Entender a la afición, más de lo mismo, no se vayan a creer ustedes. Sigo leyendo por todas partes que hay que echar a Sergio. Cierto es que se ha equivocado a veces esta temporada, pero creo que ni de las expulsiones ni de los robos a mano armada podemos hacerle responsable. La plantilla es la que es, con sus cosas buenas y cosas malas. Hay que abrir el melón de jugadores como Machís o Navarro, que pese a su calidad se muestran desconectados y desganados, así como de otros como Maxi que no termina de jugar con confianza. Esa ocasión que acabó (por cierto) en mano rival no señalada, era un claro disparo a puerta que el delantero no quiso ejecutar. Parece un problema de mente, y no de calidad o de forma, porque lo cierto es que el uruguayo cuando controla la pelota demuestra más clase que sus contemporáneos en ataque. Todavía sigo soñando con que marque uno, descorche, y vengan los siguientes.
Ser del Cádiz no es baladí, aunque ahora nos toque llorar como a los de Balaídos a ver si nos hacen casito y nos devuelven algo. Hace unas jornadas habría dicho que no quiero que me devuelvan, sino justicia, pero lo cierto es que ahora no debemos conformarnos hasta que la balanza se incline hacia el otro lado y nos toque, por fin, la lotería del mangazo.