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La Gatera

Bendita madurez

Él cerró el libro donde Octavio Paz decía que el erotismo es una metáfora de la sexualidad, y la poesía una erotización del lenguaje y pensó en ella...

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Él cerró el libro donde Octavio Paz decía que el erotismo es una metáfora de la sexualidad, y la poesía una erotización del lenguaje y pensó en ella. Marcó su número en el móvil y le mandó un mensaje con un beso. Deseó que ese beso llegara justo donde a ella le nacía la excitación, pensando que iba a rozar su dulce vientre. No equivocó el tiro, el beso llegaría donde sería bienvenido. Pero  no era ahí donde a ella le nacía la excitación. La excitación nace en las palabras. En las volutas de humo que las rodea. La excitación nace de la voz, del quiebro dulce de los suspiros. Y ella, que por un minuto había olvidado su armadura de mujer fuerte, de animal herido que muerde para que no huelan su sangre, quedó por un momento desnuda, vulnerable, a su merced, preguntándose si realmente era el hombre que venía a salvarle de sí misma, de sus angustias y sus trampas de mujer autosuficiente y soberbia, si venía a ayudarle a deshacer los nudos que había trenzado estos años.

Y aunque a ella, lo que sus manos cansadas le pedían era dejarse caer como Alicia, por el túnel del país de sus maravillas, se levantó del sofá donde llevaba sentada casi una hora mirando el texto de aquel mensaje. En el pasillo una tarde nublada se resbalaba perezosa haciéndole dudar si presionar o no el interruptor de la luz. Era una de esas tardes ambiguas de las que no sabes si es verano o invierno, si estás en Sevilla o en Lisboa, o si tu vida comienza o estás empezando a morir.

El espejo del baño la miró insolente y se miró despacio, como si se acariciara. Su cuerpo desnudo delante de ese juicio de azogue se abría como las páginas de un libro conocido. Se reconoció en cada una de sus imperfecciones, en cada uno de sus defectos, en cada uno de los signos que la hacían diferente, no mejor, sólo diferente… Casi diría que podía leer cada uno de los días que componían su vida. Cada risa, cada lágrima, cada anhelo… estaban todos allí, como un puzzle infinito. Como un cuaderno de bitácora de una vida en dique seco. Se metió en la ducha y dejó que el agua le contara el resto de esta bendita madurez.

Hoy, contra todo pronóstico, a sus 47 años y un día también era feliz, y borró el mensaje de él.

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