La TV pública, por su primer canal, nos ha ofrecido la fiesta mayor de los cineastas. En ella se distribuyen, con más o menos acierto, los premios Goya, destinados a resaltar los más destacados trabajos en las diversas facetas del llamado séptimo arte. En esta ocasión la triunfadora ha sido “Blancanieves” al obtener, entre otros diversos galardones, el de mejor película. No ha resultado tampoco desdeñable la cosecha de “Lo imposible”, cinta remunerada con el premio a la mejor dirección. Por fin, José Sacristán ha recibido un Goya como mejor primer actor, y Concha Velasco otro por su labor en conjunto. Hasta aquí, lo normal, lo que se presumía antes de la elección. Hubo un público numeroso y muy bien ataviado, con un ropaje costoso y de marcas extranjeras de alto standing, en extraño contraste con la fervorosa defensa que esos miembros de la gauche divine hacen de los pobres y desheredados del destino, de los que sólo se acuerdan en el momento de sus reproches a la derecha.
Los Goya de este año eran un cepo para capturar a los gobernantes de turno. Aun consciente de la encerrona, el ministro de Educación Wert acudió a la cita y encajó con buen talante las diatribas hacia su persona. Porque, lejos de reconocer las subvenciones (49 millones) recibidas, tanto la presentadora, Eva Hache, como algún interviniente posterior, se mofaron de él, por ejemplo saludándole al 21% en recuerdo a los recortes impositivos. A mí, la tal Eva, con su monólogo trufado de gracietas poco originales, me ha decepcionado. Y las intervenciones de otros premiados, rutinarias y/u ofensivas, me han inducido a considerar hasta qué punto este grupo de privilegiados merece ser tenido por culto. Estoy seguro de que si a cualquiera de ellos se le preguntase quién era Chindasvinto, dónde se ubica la Patagonia, como se define el quinto postulado de Euclides, cuál es la llamada venganza de Moctezuma o qué se entiende por anacoluto, no pasarían del grado elemental. Si esto es así, ¿por qué se creen portadores de los valores eternos de la cultura? En suma: yo pensaba que la fiesta de los Goya era un encuentro para hablar de los temas del cine y no para hacer política antigubernamental.
Ya he dicho que la Academia de Cinematografía recibe una subvención anual importante. Y, salvo que la ex ministra Carmen Calvo lleve razón, esta “pasta” procede del bolsillo de todos los españoles, por supuesto de todos aquellos -entre los que me cuento- que no ven ni una película española desde hace bastantes años. En la época del zapaterismo, se integraron en el colectivo conocido como “los de la ceja”, porque arqueaban ridículamente su índice a modo de tejadillo ocular para remedar las cejas circunflejas del líder socialista.
Candela Peña puso la guinda con su denuncia sobre un hospital catalán, en el que falleció su padre y donde no le proporcionaban mantas ni agua; una acusación que rápidamente ha sido desmentida.
El público coreó con aplausos y risas todas las inconveniencias. Viene a mi memoria el aforismo latino que decía: “Risu sine casu est signum stultitiae” (risa inmotivada es signo de estupidez).