En un comentario anterior, aludí a la descomposición generalizada que afecta a la sociedad española, producto de la invasión de ineptos e indeseables en tareas de gobierno y al conformismo de una ciudadanía que defiende poco sus derechos inalienables. Hemos llegado a un punto en el que los intereses de unos pocos priman sobre el bien común, y ello obliga ineludiblemente a una catarsis. Vocablo de origen helénico, puede traducirse como purga, expulsión espontánea o provocada de sustancias nocivas al organismo. Recuerdo (con terror) las purgas de aceite de ricino que mi madre me propinaba cuando tenía “el estómago sucio”, lo que se evidenciaba por la existencia de saburra lingual. El resultado era una enterocolitis fulminante, que exoneraba (es un decir) mi aparato digestivo.
Creo que fue Alfonso Guerra quien primero aludió a la catarsis política. En febrero de 1990, a raíz del escándalo provocado por las andanzas de su hermano Juan, Alfonso amenazaba así:“¿Quieren catarsis? Pues la habrá para todos”. Dando un salto en el tiempo, debo mencionar el libro de Javier Benegas y Manuel Blanco, aparecido este mismo año con el título Catarsis: se vislumbra el final del Régimen. De él recojo estas palabras: “El régimen político surgido con la Transición es en realidad una democracia de baja calidad, un sistema restringido dominado por los privilegios”. “España tiene futuro, pero necesita una profunda catarsis que establezca la separación de poderes y los controles sobre el poder político, la regeneración amplia de la vida pública que reinstaure los fundamentos de la democracia clásica y representación directa, devolviendo la voz y la capacidad de decisión a los ciudadanos”.
Completo mis citas con la alusión al más reciente libro de Antonio Muñoz Molina, titulado Todo lo que era sólido, escrito con la maestría que caracteriza a su prosa pero asimismo con la convicción de un demócrata. Se expresa de este modo el ubetense: “Hace falta una serena rebelión cívica que, a la manera del movimiento americano por los derechos civiles, utilice con inteligencia y astucia todos los recursos de las leyes para rescatar territorios de soberanía usurpados por la clase política. Hay que exigir la limitación de los mandatos, las listas electorales abiertas, profesionalidad e independencia de la administración a todos los niveles, la revisión cuidadosa de toda la maraña de organismos y empresas oficiales para decidir qué puede aligerarse o suprimirse, a qué limites estrictos tienen que estar sujetos el número de puestos y las remuneraciones, qué normas se deben eliminar para que no interfieran dañinamente con las iniciativas empresariales capaces de crear verdadera riqueza y atraer y alentar el talento sin obstáculos ni chantajes políticos.”
Termino con una catarsis fundamental: cumplir y hacer cumplir la carta magna, la Constitución española. Porque hay no pocos políticos dispuestos a saltársela limpiamente.