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Patio de monipodio

Marca España

La marca “España” decae. Vamos, se cae. Eso tiene preocupadísimos a nuestros despreocupados gestores, los que ni gestionan ni les importa la gestión ni la situación por la que pasa la mayoría para quienes decidieron gobernar...

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La marca “España” decae. Vamos, se cae. Eso tiene preocupadísimos a nuestros despreocupados gestores, los que ni gestionan ni les importa la gestión ni la situación por la que pasa la mayoría para quienes decidieron gobernar. O eso dijeron, que es otra cosa. Pero ¿les preocupa la marca? ¿De verdad? Un presidente de ingrato recuerdo se atrevió a demonizar a quienes denunciaran desmanes “porque ello pone en peligro la marca España”. Pues en todo caso, lo que la pondrá en peligro serán los desmanes y el intento de ocultarlos. La verdad es -debería ser- el primer compromiso de gobernantes, dirigentes y técnicos. Identificarse con la totalidad, autonombrarse representante del sentir de la mayoría, es caro ejercicio. Temía el impacto negativo en la marca, no de los desmanes, sino de la denuncia de esos desmanes. Vaya cara.

Porque aquí está buena parte del asunto: Una de las principales razones por las que la marca “España” está cobrando mala fama son los altos precios. Y los impuestos, que fuerzan la subida. Los operadores de telefonía ganan más en España que en sus países de origen gracias a la cara de encarecer precios. En gran medida. La otra cara es el impuesto; el pellizco que de todo se lleva Hacienda. Un buen pellizco. Aquí se pagan más impuestos que en Estados Unidos, pero a cambio se recibe menos. Se paga la gasolina más cara, el teléfono, la electricidad, los coches, la vivienda. Aquí alquilar una vivienda cuesta más que en Suiza, pero el salario es seis veces más bajo. ¡Qué cara!
En vez de poner viviendas a disposición de los necesitados, se permite la persistencia de miles de ellas vacías; se facilita a los bancos la ampliación de su negocio a la vivienda. Transformación, más bien, pues ya hace algunos años dejaron obsoleto su real objetivo para dedicarse a especular, tarea dónde encaja la actual dedicación inmobiliaria, en clara y desleal competencia con el sector, como antes con el de menaje y regalo… En este contexto, las promesas de atracción de empresas extranjerassuenan huecas, ya pueden presentar planes y planos. En este contexto resultan pavorosos ciertos plácemes. La felicitación del moreno americano puede hacernos temblar. La del Fondo Monetario Internacional, doblemente; con todo descaro, por la cara, les felicitan por bajar sueldos y congelar pensiones. Toda una muestra clara -y cara- de por dónde vamos.

Pese a todo, la bajada de sueldos y el despido libre son insuficientes para atraer industrias. Y no estamos para llegar a los niveles salariales de China. Mejor sería industrializar desde dentro. Peroindustrializar requiere una política opuesta a lo que se está haciendo: por ejemplo, menos avidezgubernativa, facilidad para la instalación, apertura de crédito… Con industria propia, además de dificultarse una nueva “deslocalización”, como la sufrida hace pocos años, se crea riqueza. Riqueza de la que se nutren los bancos de aquí (no los de “allí”) que ya no necesitarán más dinero ajeno. Y aumentan las cotizaciones a Hacienda y a la Seguridad Social. Y el mayor poder adquisitivo redondea el negocio. ¿Cómo es que los políticos y sus asesores y técnicos no conocen tan fundamental principio económico? ¡Que cosas!

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