Claroscuros del pacto vasco
El acuerdo entre socialistas y populares para la gobernación de Euskadi tiene muchas vertientes, pero principalmente dos...
El acuerdo entre socialistas y populares para la gobernación de Euskadi tiene muchas vertientes, pero principalmente dos. En primer lugar, la que podría considerarse positiva, que consiste en que por primera vez en la historia de la democracia se va a producir la alternancia en aquel poder autonómico, durante treinta años presidido por el PNV. Casi nos habíamos acostumbrado a verlo como algo de derecho natural, como si no existiese más alternativa posible o viable que la nacionalista. Durante once años los socialista formaron parte del poder, pero la presidencia y el sentido general seguían siendo nacionalistas, aunque aquella fue una experiencia altamente positiva en todos los campos, especialmente en el de la convivencia entre opciones tan contrapuestas. Siempre se pensó que la transversalidad era una fórmula adecuada para el buen funcionamiento de las cosas. Sin embargo, no puede discutirse que un cambio como el inminente debiera ser positivo para la democracia, pues en el fundamento de este sistema se encuentra precisamente el concepto de alternancia del poder.
La vertiente menos positiva de ese cambio hay que verla en las tremendas dificultades derivadas de una fórmula producto de un pacto entre el PSOE y el PP, que sólo coinciden en el hecho de no ser nacionalistas ninguno de los dos, como si eso fuese garantía de algo. Esto sucede porque los socialistas no se resignaban a formar parte de un Gobierno que no iban a presidir, al tener cinco diputados menos que el vencedor, el PNV. Cuando tuvo lugar el pacto de 1986 y pese a tener dos diputados más que el PNV, los socialistas le cedieron la presidencia. Más motivos había ahora, cuando hay una diferencia de cinco a favor del PNV. Por otro lado, el enfrentamiento entre PSOE y PP a nivel nacional es tan radical que hace improbable un buen entendimiento a nivel vasco, como veremos enseguida. Además, es imposible borrar el recuerdo de casi cinco años de gravísimas acusaciones del PP al PSOE, como aquellas de la complicidad de Zapatero con los terroristas o de la venta de Navarra a ETA, entre otras muchas.
La vertiente menos positiva de ese cambio hay que verla en las tremendas dificultades derivadas de una fórmula producto de un pacto entre el PSOE y el PP, que sólo coinciden en el hecho de no ser nacionalistas ninguno de los dos, como si eso fuese garantía de algo. Esto sucede porque los socialistas no se resignaban a formar parte de un Gobierno que no iban a presidir, al tener cinco diputados menos que el vencedor, el PNV. Cuando tuvo lugar el pacto de 1986 y pese a tener dos diputados más que el PNV, los socialistas le cedieron la presidencia. Más motivos había ahora, cuando hay una diferencia de cinco a favor del PNV. Por otro lado, el enfrentamiento entre PSOE y PP a nivel nacional es tan radical que hace improbable un buen entendimiento a nivel vasco, como veremos enseguida. Además, es imposible borrar el recuerdo de casi cinco años de gravísimas acusaciones del PP al PSOE, como aquellas de la complicidad de Zapatero con los terroristas o de la venta de Navarra a ETA, entre otras muchas.
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