En su loable empeño por aunar el toreo y la literatura, el Aula de Cultura La Venencia -que con certero tino dirige desde Santander Salvador Arias Nieto-, acaba de dar a la luz “Joselito El Gallo”, la sugerente biografía que Daniel Pineda Novo -con prólogo de Andrés Amorós- ha realizado sobre el mítico matador sevillano.
No es la primera vez que Pineda Novo (Coria del Río, 1942) -investigador, poeta, crítico, ensayista-, se sumerge en la “vital faena” de un torero, pues ya había dado muestras de su esmerado quehacer en “Espartaco: ensueño torero”, y “Fernando Cepeda: sentimiento de Aljarafe”.
José Gómez Ortega nació en la sevillana Villa de Gelves en la primavera de 1895. La temprana muerte de su padre -el también matador, Fernando Gómez García-, marcó su devenir infantil, pues fueron múltiples las penurias familiares -eran seis hermanos- a las que se vieron abocados. Gracias al tesón de su madre, la bella gitana y bailaora Gabriela Ortega, los Gómez-Ortega fueron saliendo adelante hasta convertirse el suyo en un apellido de culto, por las tierras y los ruedos de toda España. Los tres varones siguieron la estela paterna y alternaron carteles, si bien, fue el benjamín, el genial Joselito el Gallo, quien vendría a revolucionar el arte del toreo desde sus primeros muletazos.
Con ocho años, se atrevió con su primer par de banderillas y con trece, ya triunfó en la plaza de Jerez de la Frontera. De ahí en adelante, su ascensión fue meteórica y, tras tomar la alternativa en Sevilla, en 1912, de manos de su hermano Rafael, llegaron sus éxitos y sus numerosos contratos. Entre 1916 y 1918 hizo el paseíllo más de un centenar de veces por temporada y su fama se vio acrecentada por la noble competencia con otro excepcional maestro, Juan Belmonte, al que le unió una profunda amistad y por el que siempre profesó un gran respeto: “Aunque de distinta manera, representaban el poder y la revolución; la gracia y la quietud. Si Joselito era el poderío, la sabiduría; Belmonte era el acercamiento, el aguante”, anota Pineda Novo.
Pero el público, exigente y envidioso -sus éxitos en la arena venían unidos a sus conquistas amorosas-, comenzó a darle la espalda. “La gente (…) como a Joselito y a mí no nos mataba un toro, comenzó a sentirse defraudada (…) Tal sensación de seguridad dábamos en los ruedos que el espectador llegó a creer que le estábamos robando”, confesó Belmonte a su amigo el periodista Chaves Nogales.
Mas la muerte segó la vida de Joselito el Gallo un 16 de Mayo de 1920 en el coso de Talavera de la Reina. El toro Bailaor se llevó por delante la juventud y la inigualable maestría del espada sevillano -sumido por entonces en una profunda depresión por las injustas críticas de la prensa y el desencuentro con su gran amor, Guadalupe de Pablo-. Tras su desaparición, el rey Alfonso XIII declaró un día de luto nacional, lo que da fe del impacto que causó su repentino adiós.
Al hilo de este atractivo volumen, se reúne una nutrida nómina de poetas -Rafael Alberti, Gerardo Diego, José Mª Pemán, Fernando Villalón, Antonio y Carlos Murciano, Montero Galvache, López Anglada…- que han querido honrar con sus versos a la más grande figura de la tauromaquia.
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