La Iglesia Católica Apostólica y Romana, tiene tradicionalmente institucionalizados estos cultos y sus celebraciones como sabemos se efectúan entre los días uno y dos del presente mes de Noviembre de cada año.
La Festividad de Todos los Santos la instituyó el Papa Urbano IV. Y tiene su origen en honrar a todos los santos conocidos y desconocidos ante la eventualidad de alguna omisión no contabilizada, a pesar de la existencia de sus santorales establecidos dentro del calendario católico que conocemos y que el Sagrado Magisterio de nuestra Santa Madre Iglesia se ocupa en repetir nombrándoles en sus grandes solemnidades.
Pero no es esta una celebridad exclusiva de la Iglesia Católica, sino también de todas las Iglesias orientales. Y sus celebraciones alcanzan internacionalmente al mundo entero, especialmente a los países de los continentes americanos por sus particulares formas y maneras de celebrarlas.
Y en nuestro país existen dos parámetros distintos y tradicionales de dichas celebraciones: el eclesiástico a través de sus Misas para las que existen espléndidas partituras musicales escritas y magníficos cantos gregorianos a emplear en la liturgia de dichos cultos a los que dignifica. Y otro popular que tiene un aspecto diferente más lúdico y festero conocido como el Día de Los Tosantos.
Y refiriéndonos a Los Tosantos como así se conoce popularmente, la celebración consiste en adornar los puestos del mercado, mostrar sus mejores productos y vestir algunos animales domésticos ataviándolos con modelos que causen las risas de los asistentes según la tradición y la costumbre.
Sin embargo el día de Los Fieles Difuntos tiene otra celebración más seria, recogida y profunda que la anterior. Es un día de mayor calado sentimental y de especial repercusión por cuanto significa y representa. La Iglesia Católica a nivel mundial y también la iglesia Oriental, Ortodoxa y Anglicana, celebran la conmemoración de los fieles difuntos dentro de sus ritos. Y en la nuestra, el rito litúrgico va unido consustancialmente con el día y se reviste del boato y del oficio para celebrar tres misas con carácter de réquiem aunque se trate de Domingo como ha coincidido en esta ocasión en el día de hoy.
Popularmente existe la tradición aunque suene mal de llamar a este día -el día de los muertos- Día dedicado a oír Misa, rezar por los fieles difuntos y asistir al cementerio a depositar las mejores flores sobre la tumba de los seres más queridos. Es una costumbre muy arraigada no sólo en todos los pueblos y ciudades de nuestra extensa geografía, sino también fuera de ella según la tradición y las particularidades propias de cada pueblo.
Desde los orígenes de la vida y también de los pueblos más primitivos hasta los de culturas más variadas y avanzadas han creído en otra vida después de la muerte. Y también se ha sentido la necesidad de recordar la memoria de los que se fueron. Quien no ha vivido de cerca el dolor de la desaparición de un ser querido ya sea un familiar o un amigo?
No obstante en nuestra religión el concepto de muerte solamente afecta a la separación material y física, pero no a la espiritualidad del alma, que no muere. Difícil cuestión para entender sobre los momentos previos y posteriores al desenlace. Pero rico y esperanzador para nuestras conciencias si se tiene la preparación y la capacidad de entender que la muerte no es fin de la vida, sino el comienzo de otra mejor y más duradera: la vida eterna.
Los cristianos en general y los cofrades en particular, no tienen ni mejor ni peor, pero si bien asumida la llegada de la llamada del Señor. Llamada que puede ocurrir en cualquier momento de nuestra efímera existencia. Situación para la que se tiene que estar preparado. Y en las reglas estatuarias de sus hermandades se contempla como precepto ineludible, el culto a los difuntos y a las celebraciones de sus misas por el eterno descanso de las almas de sus fieles y devotos, pero especialmente por la de todos sus hermanos y bienhechores. Y a nosotros solamente nos queda: rezar y pedir amor, paz y descanso para todos nuestros difuntos.