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Transiciones y rupturas

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La cercana celebración del Día de la Constitución, y las voces que desde posiciones muy concretas niegan el valor de la Transición política española, o piden una nueva Constitución, como si la de 1978 no hubiese surtido los efectos deseados, me hacen pensar en una conocida pintura de Goya, llamada “Duelo a garrotazos” o “La riña”, que, sin duda, el lector conoce. Se trata de una de las denominadas “Pinturas negras”, que el genial artista aragonés realizó para la decoración de los muros de la casa que adquirió en 1819, y que desde entonces pasaría a ser conocida como la “Quinta del Sordo”. Esta pintura representa a dos hombres luchando a bastonazos en un paraje desolado, enterrados hasta las rodillas. Se sobrentiende que el duelo terminaba con la muerte de uno de los contrincantes, ya que no había posibilidad de huída. La escena que representó Goya, que lejos de ser simplemente costumbrista encierra una gran carga dramática, bien podría servir para explicar gran parte de la historia de España desde principios del XIX hasta casi nuestros días. El mito de las “dos Españas”, aunque simplista en exceso para reflejar todas las ricas dimensiones y circunstancias de la historia reciente de nuestro país, generó todo un debate historiográfico, cuya mejor contribución fue, sin duda, señalar aquella otra “tercera España” moderada y tolerante, dialogante y constructiva, que nunca pudo ser, porque no la dejaron los extremismos de uno y otro signo. Esa “tercera España” es la que quiso nacer del espíritu de la Transición, echando siete candados –o los que fuesen necesarios-, no ya al sepulcro del Cid, como escribió Joaquín Costa, sino a otros episodios de nuestra historia más reciente, que más parecían vivos que muertos, por muy pasados que estuviesen, dada la polémica y enfrentamiento que generaban. La Transición quiso abrir un nuevo período para España invitando a mirar hacia adelante, para construir un futuro mejor que el pasado que los españoles habían tenido. Y ese futuro no se podría cimentar en el revisionismo a ultranza, la revancha contra el contrincante, o reescribiendo la historia, como si eso fuera posible. Contemplamos atónicos, de nuevo, viejos enfrentamientos en que posturas irreconciliables, enterradas hasta la rodilla en el inmovilismo de la propia postura, o del interés partidista, saben únicamente dialogar garrote en mano, ofreciendo mandobles al contrincante, al que hay que vencer toda clase de argumentos en los que encuentran cabida la más zafia descalificación, la mentira o la injuria, si no es que se incita incluso a la violencia, que aunque sea verbal al inicio, contiene ya en sí el germen de la violencia física. La historia reciente de España muestra que únicamente cuando la política ha estado marcada por el diálogo y el consenso, ha producido efectos positivos en todos los niveles de la sociedad. Por el contrario, demasiados episodios rupturistas nos recuerdan trágicamente que esas páginas que se han escrito a garrotazos cainitas, como el cuadro de Goya, son, sin duda, de los episodios más trágicos de la historia de España, que nunca, por menor que sea la escala en que se repitan, pueden volver a suceder en nuestro país. Y cuestionar la validez de la Transición y poner en tela de juicio el valor global de la Constitución de 1978, es enterrar el pie en la arena del dogmatismo político –por muy progresista que se defina-, para agarrar el garrote de un estéril enfrentamiento civil, del que ya tenemos demasiados ejemplos en España.

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