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La tribuna de El Puerto

Yo también fui un Bolao

Eran tardes de cante, de risas, de Carnaval por un tubo, de llevar flores a la patrona y de acostumbrarnos a ayudar a todos y en todo

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  • Francisco Aurelio Dávila Rosso -

Es inevitable, si echo la vista atrás en el tiempo, en mi pasado, no acabar en esa infancia tan íntimamente portuense que viví y en la que la “bolaera” inundaba mis venas dándome y regalándome así “la educación de barrio y plazoleta” que nadaba en paralelo con  mi artística forma de pensar y mi religiosa manera de sentir las cosas.

No puedo pensar en mi “yo niño” sin perderme en aquel coqueto local que bien me parecía un templo de vecindad, ni sin imaginarme disfrazado en nuestras carrozas de las cabalgatas carnavalescas portuenses.

Fueron los años noventa los que grabaron a fuego aquellos recuerdos en mi mente; a Antoñín gastando bromas, a  Juan “el pollero” advirtiéndonos de la bronca que nos iba a echar si perdíamos las fichas o los dados del Parchís o a Paco “el bigote” enseñándonos a hacer nuestro primer corte de manga o a silbar moldeando la posición de la lengua.

Eran tardes de cante, de risas, de Carnaval por un tubo, de llevar flores a la patrona y de acostumbrarnos a ayudar a todos y en todo.

No vi nunca tal hermandad y solidaridad ni en cofradías, ni en asociaciones ni en el resto de Peñas que abundan en El Puerto, y que, pese a sus buenas obras, nunca despertaron en mí el sentimiento de “familia de vecinos” que a “Los Bolaos” les emanaba de forma natural y espontánea, como emanaba la sal de cada uno de sus socios y amigos sobre las calles céntricas de nuestra ciudad para los preparativos de la festividad de nuestra Virgen de los Milagros.

Eran los quehaceres de la “Peña Los Bolaos” una religión humana y no divina en la que sus profetas se llamaban Pepi, Milagri, Mariana, Juan o Antonio;  que te acogían en su templo para quererte y mimarte como a un hijo y hacer para un niño, de aquel rinconcito portuense que daba la espalda al barrio de los toreros, el lugar más seguro y amable del mundo.

Ahora ha pasado el tiempo y aunque el espíritu de aquello que fue sigue vivo en los que quedan tirando del carro, ya no puede ser inculcado en las nuevas generaciones a falta de su “lugar de culto”; antiguo local, que perdieron hace años, y en el cual, cuando por allí paso, echo de menos el borrico pintado que había junto a su fachada.

La Peña sigue viva pero no su frenética actividad de la que presumía antaño, y esto se debe al desgaste que sus representantes han sufrido por luchar a contracorriente con distintos gobiernos municipales a los que ya no les importan la unidad en los barrios y que si pueden ponerte la zancadilla, lo hacen.

La pena de todo esto es que una de las instituciones más volcadas con todas las actividades de la ciudad y no solo del barrio, como fue la Peña de Los Bolaos, no tiene el apoyo necesario de nuestro Ayuntamiento y que puede ser que en el futuro, si nadie les devuelve ni una mínima parte del cariño y la entrega que ellos les dieron a nuestra ciudad, solo exista en nuestras fotografías, nuestra historia y nuestra memoria.

Mis recuerdos de chiquillo
en tu templo me han ” marcao”
y hoy puedo decir tranquilo
con orgullo y con cariño,
yo también fui un” Bolao”

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