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Notas de un lector

Caligrafía del silencio

Cinco años después de la publicación de “Los vencidos”, Ricardo Ruiz da a la luz “Caligrafía del silencio”

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Cinco años después de la publicación de “Los vencidos”, Ricardo Ruiz da a la luz “Caligrafía del silencio” (Evohé Desván. Madrid, 2017).
En este lustro, el poeta burgalés ha ido madurando un poemario donde destaca una honda expresividad verbal y un discurso honesto y sereno al que acompaña en todo momento una sugeridora sabiduría humana.

   Tras la lectura de “Los vencidos”, dejé escrito que Ricardo Ruiz se había visto superado por el fantasma del abatimiento y que su verso, firme y enlutado, se ofrecía como un atlas de nostalgia: “Volveré a ese lugar donde la vida/ bebe vasos de tristeza,/ donde la noche nunca amanece,/ donde la melancolía camina/ vestida con mis ropas”, escribía. Aquella desoladora descripción  se sumergía en la emoción de un tiemposin retorno: “Mis ojos atraviesan las ventanas del ayer./ No espero nada./ El dolor al dolor regresa”.

Ahora, aquellas deshoras que llevaban en sus adentros cromáticas heridas, se han tornado melancólica piel, paraíso de sal, caligrafía del silencio.
Mirar atrás,pues, parece ser la mejor manera de enfrentar el mañana, pues en la fe de lo vivido sostiene el sujeto lírico su desnuda mudanza: “A lo lejos veo el niño que fui en días azules/ mientras voy aprendiendo a olvidarme (…) Me voy haciendo roca, piedra de silencio./ En mis ojos veo luces que se apagan/ mientras la noche agita su pelo/ y la vida se regaza./ A veces amamos las cosas,/ a veces las detestamos”.

     Mediante una cuidada descripción de su mundo interior-que batalla por hallar el equilibrio entre el alma y la razón-, Ricardo Ruiz acurruca su humana balada y entre sus notas busca la exacta manera de nombrar su renovado universo. Desde el río dorado de las estaciones, junto al amanecer de las cosas, frente a la  noche desierta que abraza la soledad, su voz clama y reclama un espacio que encienda su amatorio himno: “El sol anunciando la mejor mañana del mundo./ El cielo desplomándose como un pájaro de calor./ La lluvia muriendo en mis pies./ El viento mordiendo tus cabellos./ La nieve jugando en tu pecho./ Tus ojos disparando dardos a mis ojos./ Mis manos finalizando en tu espalda su viaje”.

     El lenguaje de Ricardo Ruiz esencia su mensaje y exprime hasta el límite su semántica. Al par de su versos, surgen sugestivas y simbólicas imágenes, sorpresivas metáforas, serenas contemplaciones, que ayudan a trazar un mapa íntimo, mas también cómplice para el lector.
Llevado por el silencio que convierte su misma sombra en ensueño, su caligrafía es un puente por el que cruzar de la mano hasta llegar al fondo del corazón: “Solo quien regresa a una ciudad recuerda los párpados de sus calles./ Solo quien vive veloz puede reírse de la muerte./ Solo quien descubre la belleza merece conservar los ojos (…)  Admirar la caída de la nieve es contemplar cómo cae tu vida./ Vivir es aprender a morir muchas veces”.

     Un poemario, al cabo, que supone un nuevo y meritorio peldaño en la obra del vate burgalés y que confirma su valiosa y su destacada manera de hacer de la poesía una casa común y confortable.

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