Esta semana se ha estrenado
La proposición, la nueva comedia romántica interpretada por Sandra Bullock. Qué quieren que les diga: los diálogos son planos, algunas situaciones absurdas (hasta vergonzantes), la dirección es torpe, es previsible de principio a fin..., pero me ha gustado. Tiene algo. Es agradable y esa sensación parece hacer olvidar o dejar a un lado todo lo demás. También, que estamos en verano y se agradecen este tipo de películas para matar el tiempo entre tanto relleno. A Sandra empieza a notársele ya el paso del tiempo, pero aguanta el tipo, logra hacerse más soportable que en otros trabajos más recientes y, aunque no dé la medida como la jefa represiva y autoritaria que sus trabajadores parecen escenificar, sabe adaptarse a cada secuencia y provocar el necesario feeling con su pareja protagonista, Ryan Reynolds (
Definitivamente, quizás). Pero, dejando a un lado las cuestiones relativas al filme, hay otros aspectos que han comenzado a confirmar mis sospechas acerca del encorsetamiento de un género, el de la comedia romántica, que tantas alegrías ha dado a Hollywood desde la llegada del sonoro y que hoy día parece reconvertido en franquicia para aprovechar su rentabilidad.
Si agrupamos en un mismo saco las películas más populares del género estrenadas en los últimos dos años encontraremos rápidamente una serie de pautas, conceptos, registros, ubicaciones, referencias... comunes en todas ellas. Pongamos de ejemplo:
Algo pasa en Las Vegas, 27 vestidos, La boda de mi novia, Como locos a por el oro, Definitivamente, quizás, Como la vida misma, Guerra de novias y, la citada,
La proposición. En todas ellas hay una trama argumental coincidente: el matrimonio y, en especial, el matrimonio equivocado o inadecuado. Toda comedia romántica se ha fundado obligatoriamente en el hecho de que debe haber una pareja de enamorados, desenamorados o condenados a enamorarse, pero nunca con tanta fijación por el matrimonio como eje central de cada historia. En todas, o casi todas, hay otro detalle importante: la acción debe trasladarse de la gran ciudad a otro escenario peculiar o exótico (toca hacer turismo y promocionar el lugar de rodaje): Las Vegas, Escocia, Jamaica, Alaska... Más aún, los usos y costumbres de sus protagonistas han de estar ligados a determinadas marcas comerciales o productos tecnológicos de última generación (i pods, móviles...) Hay asimismo, cierto afán por incidir en un aspecto importante de la alta comedia americana: la presencia de secundarios notables (Treat Williams, Edward Burns, Donald Sutherland, Craig T. Nelson, Mary Steenburgen, Betty White...). Pero, igualmente, todas carecen de algo fundamental e imprescindible en esa misma alta comedia, un cuerpo de guionistas de altura, ingeniosos, originales, cómicos, divertidos, chispeantes en los diálogos y ocurrentes en las secuencias clave de la historia.
De la lista hay varios títulos infumables (
27 vestidos, La boda de mi novia, Guerra de novias), algunos fallidos (
Definitivamente, quizás), entretenidos (
Como locos a por el oro), indefinidos (
Como la vida misma), pero también algunos, los menos, vistosos y con capacidad para dejar una buena sensación (
Algo pasa en Las Vegas, La proposición). En ningún caso alcanzan ni por asomo la grandeza de las grandes comedias de referencia del Hollywood clásico, de aquellas que incidieron por primera vez en la lucha de sexos, desde
Sucedió una noche a
La fiera de mi niña, como tampoco las del nuevo periodo dorado de la década de los cincuenta (
Cómo casarse con un millonario), pero la apuesta por el producto sigue revelando el interés por un género que, de tarde en tarde, todavía nos depara algunos momentos con los que reparar el tiempo perdido o recuperar los impulsos emocionales y cómicos que siempre han estado presentes en el terreno de la comedia romántica.