Que no, que no escribo sobre la posibilidad de una moción de censura contra el alcalde y su gobierno municipal, que prefiero escribir sobre los higos chumbos. Que lo de la moción de censura es una bacalada comparado con el arte de coger, limpiar, transportar, pelar y vender los higos chumbos. Que no hay moción, que te lo digo yo. Cómo va haber moción si, para presentarla, antes le piden permiso a los jefes de arriba. Verdes… y en cada hoja unos cuantos dispuestos para el canasto. A un euro está el precio de la docena de higos. Que quién da la cotización, pues quienes los enganchan, que me los encuentro en estos días por la mañana en el viejo camino de San Mateo, caña en ristre, apuntando arriba cual lanza del Cid Campeador muerto, a pie de chumbera; o como Longino, a pie de calvario, que diría un prioste.
Cómo va a pedir permiso un chico para hacer una travesura como la de ir a coger higos. Las travesuras se hacen y ya está, no se pide permiso para realizarlas. Después vendrá el premio o el castigo, pero se hacen y punto, como las mociones de censura. Y es que estamos en el tiempo de los higos chumbos; un manjar de pobres que en época pretérita era fruta casi diaria, de temporada, y con despacho en cada esquina del barrio. Se abrían con navaja, como las mociones. Se cortaban en redondo por los extremos, casi de tajo, y se remataba con una incisión entre ambos, por donde salía el fruto fresco. Había quienes se lo llevaban a la boca del tirón, sin mordisco intermedio. Lo malo venía después, cuando la voracidad se convertía en estreñimiento, como las mociones.
El higo chumbo, al igual que su hoja madre que lo parió, tiene tantas espinas como estrellas el firmamento. Hablamos de por fuera, de por dentro su carne es jugosa y gelatinosa, de sabor indefinido; como las mociones a medio mandato. Para serle sincero, no me gustan los higos en ninguna de sus más de setecientas variedades, salvo nuestro bien llamado "jigo", tal y como se pronuncia en nuestra Andalucía, en forma coloquial, para denominar al higo (vulva) de toda la vida. Además hay otra razón de mi rechazo al higo chumbo: que cualquier pedacito de la planta que cae al suelo desarrolla raíces, y en menos que canta un gallo se convierte en plaga, como las mociones. Pero lo que más me molesta y enoja de los higos es que el hombre utilice su planta como fortaleza agresiva en propiedades rústicas. Son como alambradas naturales, con el agravante de estar dispuestas, además, como pantalla que impide visualizar el campo más cercano; lo que siempre fueron entrañables huertas de vida familiar transparente y de alberca veraniega.
Lo dicho: de higos y mociones, pocas, y menos cuya procedencia sea de injerto antinatural. Ya sé que alguno responderá con las consabidas diatribas de: Ante lo nefasto de lo presente… Lo mejor de lo peor es… el higo. Y digo yo: Si tal y como está la chumbera de Carmona, que ante un accidente cogiendo higos hay que llamar a la ambulancia de Mairena; para promocionarlos hay que coger el AVE, en Osuna, o la autovía comarcal, en el Viso del Alcor; y si el muerto por empacho lo tenemos que incinerar en Marchena… ¿No sería mejor que se diera un acuerdo, de las bases, entre el grupo censor y el grupo censurado, y arrasar la chumbera que impide ver más allá de las propias narices? ¿Tan difícil es un acuerdo en la izquierda carmonense al margen de los jefes de arriba? Pues si esto no es posible ante la gravedad de la situación de paro, ante la falta de infraestructuras para el desarrollo de nuestro pueblo, y sobre todo, ante la falta de planes y proyectos institucionales para los próximos años, habrá que pensar definitivamente que nuestros políticos locales están en la higuera. A nadie extrañe que seamos vagón de cola de la provincia, con ventanilla exclusiva para contemplar la decadencia del término. Y resignados ante la evidencia, esperar la caída de alguna que otra breva; aquella delicia predilecta de Platón. Lástima que la obra del inmortal ateniense quedó en el olvido de los antiguos bachilleres; lectura y estudio que buena falta hacen hoy. Sobre todo, para aquellos que perdieron el rumbo de los ideales y echan raíces bajo la chumbera.
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