El acto más cruel del mundo es el asesinato en cualquiera de sus vertientes. Cuando una vida es arrancada, el fruto de años queda mancillado, desperdiciado y su futuro frustrado. Esos años de vida, de una historia propia que se ha escrito con sufrimiento e ilusiones, son vertidos por el desagüe como la sangre del finado.
Pero hay otro tipo de asesinatos, no tan sangrientos como los otros, pero si más cruentos e insensatos. Lejos de los motivos humanos más corrientes: los celos, el robo, la envidia, la venganza… este tipo de asesinatos solo puede estar condicionado por dos causas: la avaricia o la insensatez; ambas hermanas del mismo padre.
Cada vez que un bosque arde, un poco de vida se nos escapa a todos. Y no les estoy hablando en plan ecologista ni nada parecido. Les hablo, sencillamente agradecido con el medio que nos alquila un trocito de este mundo para que vivamos en él.
Cada montoncito de cenizas es como una esbelta cruz que señala el lugar fatídico donde descansan los restos de un árbol. Lástima que esas cenizas se las lleve el viento y el olvido entierre cada otoño la dramática imagen de un monte ardiendo. Imagino que tras tanto despropósito sólo hay un fin: el urbanístico.
De todas formas las soluciones son bastante sencillas. Para empezar, si cupiese la posibilidad de edificar sobre las cenizas, derogarla inmediatamente. Dado que las cenizas son un buen abono, utilizarlo para reforestarlo.
Por otra parte, no entiendo porque hay tanto problema entre conjugar urbanismo y ecología, y me explico: en muchas ocasiones hay proyectos urbanísticos que se ven paralizados por medidas absurdas, dado que no son enclaves estratégicos, ecológicamente hablando.
Bajo mi punto de vista, sería sencillo, ecológico y práctico, contemplar en los PGOUs de cada localidad, espacios para bosques en zonas adecuadas para ellos, siempre respetando los actuales que tengan el fin de la protección del entorno y no sencillamente porque en ese espacio hay “tres pinos”.
Dentro de estos espacios, se obligaría a plantar el mismo número de árboles o incluso más, en función de los arrancados en pro del desarrollo urbanístico, siempre responsable, sostenible y nunca especulativo.
Ponerle precio a una vida, ponderando su valor para aplicar una pena justa es algo sumamente complicado. Así pues, hacer lo propio con un monte puede resultar confuso. La muerte de un ser humano es un acto detestable y nunca justificable.
La quema de un bosque, intencionada, es tan cruel o más si cabe, dado que la primera muerte acaba con una vida, la otra acaba con muchas y con un poquito de cada una de las nuestras.
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