El milagro son las pámpanas verdes. La tierra manchega se cuececomo una gran torta bajo el sofoco de agosto. No hay árboles, no hay esperanza de huir de esta calda que sofoca el ánimo. Solas las cepas de los viñedos verdean hasta el horizonte y se acomodan a la calima.
Esta es tierra de vientos, unas veces congelados y otras ardientes como este agosto, y sus hombres se mantienen cortezudos en el cuerpo y en el ánimo para salvar esos extremos. Mis vecinos degluten al fresco de la noche una gran cazuela de conejos fritos y una gran fuente de tomates picados con aceitunas. La tertulia, tras la brasa del día, está acogedora y la risa gorda se acompasa con el tiento a la botella aparejada con el chorro de una caña. Y se blasfema., blasfemias redondas que sorprenden. No consiguió la iglesia ni la influencia de los amos nobles desterrar la blasfemia y ahora forma parte de la convivencia; es como un escupitajo que refuerza la propia estructura. No se puede desterrar porque sería despellejar sus almas que echaron esta cáscara para la defensa. No blasfema mi gente contra Dios, se blasfema contra el amo. Está por escribir la gran historia sincera de esta tierra áspera que ha sido removida cada otoño por el azadón y ha dejado huellas en las almas. Esta ha sido tierra de amos, de sacristanes y de trapicheros, que tenían el común de vivir del sudor de los villanos.
Agosto irredento sigue sofocando los caminos que ahora frecuentan tractores refrigerados. Los pedazos de sembradura son los mismos pero los rastrojos ya no hieren el calcañar de las mujeres que parían acogidas a una mata de chaparro. Pero el pasado vive en cada alma cual una camisa que oprime y enfunda. Ha sido mucho tiempo asfixiada la guía de cada espíritu y el pueblo ya no puede ser protagonista. Agosto era el peor porque andaba suelto por el tajo de las lindes y cogía desapercibidos a los hombres para maltratarlos en el tiempo de cosecha y a las mujeres para atarlas a una sed irredenta. No era el trabajo ni el sofoco ni el hambre insatisfecha; era la distancia marcada entre personas iguales en la alcurnia divina, que ya no pueden olvidar nunca. Yo escucho con paciencia bajo la sombra de los árboles a hombres sin confirmar, como diría Watzlawick, atados a la blasfemia de por vida por aristócratas desaprensivos menos longevos por bien abastecidos. El pueblo recibió de ellos un Dios amo y no un Dios Personal que es el cristiano; un pueblo que ha durado más, y es bien simbólico. La vida de trabajo físico es más rica que la muelle de los desocupados por causa de su cuna. Siempre los ricos han minado las fuentes de su salud. De todas formas pasa que nadie recibe hoy bochornos de agosto quietos en el tajo y con la amenaza del hambre si no hay aceptación. Agosto es hoy más benigno y hasta permite la playa a muchos del trabajo. Loado sea Dios, pero ha quedado escrito en el surco como un mes ignominioso con resabios antiguos. A mí, no lo puedo remediar, me sigue pareciendo un tanto puñetero.
Esta es tierra de vientos, unas veces congelados y otras ardientes como este agosto, y sus hombres se mantienen cortezudos en el cuerpo y en el ánimo para salvar esos extremos. Mis vecinos degluten al fresco de la noche una gran cazuela de conejos fritos y una gran fuente de tomates picados con aceitunas. La tertulia, tras la brasa del día, está acogedora y la risa gorda se acompasa con el tiento a la botella aparejada con el chorro de una caña. Y se blasfema., blasfemias redondas que sorprenden. No consiguió la iglesia ni la influencia de los amos nobles desterrar la blasfemia y ahora forma parte de la convivencia; es como un escupitajo que refuerza la propia estructura. No se puede desterrar porque sería despellejar sus almas que echaron esta cáscara para la defensa. No blasfema mi gente contra Dios, se blasfema contra el amo. Está por escribir la gran historia sincera de esta tierra áspera que ha sido removida cada otoño por el azadón y ha dejado huellas en las almas. Esta ha sido tierra de amos, de sacristanes y de trapicheros, que tenían el común de vivir del sudor de los villanos.
Agosto irredento sigue sofocando los caminos que ahora frecuentan tractores refrigerados. Los pedazos de sembradura son los mismos pero los rastrojos ya no hieren el calcañar de las mujeres que parían acogidas a una mata de chaparro. Pero el pasado vive en cada alma cual una camisa que oprime y enfunda. Ha sido mucho tiempo asfixiada la guía de cada espíritu y el pueblo ya no puede ser protagonista. Agosto era el peor porque andaba suelto por el tajo de las lindes y cogía desapercibidos a los hombres para maltratarlos en el tiempo de cosecha y a las mujeres para atarlas a una sed irredenta. No era el trabajo ni el sofoco ni el hambre insatisfecha; era la distancia marcada entre personas iguales en la alcurnia divina, que ya no pueden olvidar nunca. Yo escucho con paciencia bajo la sombra de los árboles a hombres sin confirmar, como diría Watzlawick, atados a la blasfemia de por vida por aristócratas desaprensivos menos longevos por bien abastecidos. El pueblo recibió de ellos un Dios amo y no un Dios Personal que es el cristiano; un pueblo que ha durado más, y es bien simbólico. La vida de trabajo físico es más rica que la muelle de los desocupados por causa de su cuna. Siempre los ricos han minado las fuentes de su salud. De todas formas pasa que nadie recibe hoy bochornos de agosto quietos en el tajo y con la amenaza del hambre si no hay aceptación. Agosto es hoy más benigno y hasta permite la playa a muchos del trabajo. Loado sea Dios, pero ha quedado escrito en el surco como un mes ignominioso con resabios antiguos. A mí, no lo puedo remediar, me sigue pareciendo un tanto puñetero.
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