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Javier, un militar gaditano en Afganistán: "Para ellos éramos como extraterrestres"

Cuatro militares reviven su experiencia en el país afgano

  • AFGANISTÁN -

Afganistán, la misión más larga y dura en la que se ha embarcado España, ha dejado una mezcla de sabores en los que la vivieron en primera persona. Cuatro militares recuerdan para Efe su experiencia en el país, que dieron a unos ganas de repetir y dejaron a otros un sabor amargo. Aunque a todos, sin duda, les cambió.

Tras el punto y final a la misión esta semana, militares que estuvieron allí entre 2008 y 2013 relatan cómo aterrizar en ese destino supuso "volver 300 años atrás" y que les miraran como a "extraterrestres", recuerdan acostumbrarse al sonido de los tiros al amanecer, reviven emboscadas talibanes en una auténtica "zona de guerra" y las difíciles relaciones con un pueblo "bipolar", que un día les quería y al otro les lanzaba piedras.

De los cuatro, el que llegó antes a Afganistán fue el cabo primero Javier Hernández Moreno. Era el año 2008 y este infante de Marina iba a realizar una de las labores más peligrosas: ir en avanzadilla, en la torre de la ametralladora de un blindado, abriendo camino a los convoyes militares y localizando posibles amenazas.

Javier es de Cádiz, tiene 39 años y está destinado en Madrid. Estuvo en Afganistán en 2008 y también a finales de 2009, cuatro meses cada vez. Sus ojos se encienden cuando vuelve a vivir ese tiempo, tras el que, reconoce, tuvo secuelas psicológicas que consiguió vencer.

"ERA UN SITIO MUY BIPOLAR"

Desde adolescente había soñado con "entrar en combate" y cuando le dijeron que iba a Afganistán fue como si le hubiera tocado la lotería. Estaba en el supermercado con su mujer, cuando le llamaron y le dijeron: "En 20 días estás desplegado en Afganistán".

"Para mi era lo máximo, es como el futbolista que juega en un equipo de Champions. Era un premio a la preparación constante", afirma, y recuerda claramente cuando tuvo esa sensación de combate por primera vez.

Iba en un convoy por el curso de un río cerca de la localidad de Qala i Naw, al oeste del país y donde España tenía su base. "Empiezo a escuchar un ¡pah!. Al segundo ¡pah! que escucho, oigo un "ptssss". Nunca me habían disparado y no sabía identificarlo. Orienté mi torre hacia ellos y abrí fuego".

En su primera misión en Afganistán sufrió situaciones parecidas tres veces, pero en la segunda no las puede ni contar. Su labor la reconoció luego Defensa dándole la distinción de excombatiente. Los ataques "eran prácticamente cada vez que salíamos, que era muy a menudo".

Javier estaba alojado en la primera base que estableció España y que otro entrevistado recuerda que llamaron luego "el camping". Estaba en medio del pueblo y sus muros eran de "sacos terreros". Les caían piedras que tiraban los locales.

Para él, Afganistán era "un sitio muy bipolar" en el que "un día ibas y te recibían con los brazos abiertos y otro te disparaban", compuesto por "gente muy dura" que llevaba "toda la vida en guerra". "Para ellos éramos como extraterrestres. Aunque queríamos ayudar, ellos pensaban: '¿a qué vienes aquí?'".

También se preguntaban algo parecido, explica, algunos soldados jóvenes españoles que, con 19 o 20 años, salían de la instrucción para ir a Afganistán. "Esperaban encontrarse una misión más tranquila y se encontraban con que el enemigo era real, que te disparaban, que intentaban acercarse a la base...".

Haber estado allí "te cambia en todo", dice para recordar a los niños recogiendo el agua que se formaba en las rodaduras de los camiones. De hecho, el estrés del combate le causó que, ya en España, se pusiera en guardia cuando veía a alguien con una chilaba o barba larga. "Me ponía agresivo, me sentía amenazado", reconoce.

Gracias a una psicóloga, consiguió vencer esas reacciones, hasta el punto de que, si le ofrecieran ir a una misión parecida, lo haría sin pestañear.

"CAMBIÁBAMOS DE RUTA TODOS LOS DÍAS"

Dos años más tarde que Javier, en 2010, llegó a Afganistán el teniente coronel Roberto Rodríguez González, de 47 años y destinado en Pontevedra. Su misión era muy diferente a la del cabo gaditano. Formaba parte de un grupo pionero que se disponía a enseñar a los oficiales afganos a organizar un ejército.

Por videoconferencia desde Galicia, explica a Efe el choque de bajar del avión el primer día. "La primera imagen es como si hubieras retrocedido 200 o 300 años en la historia de España". Pueblos de adobe, carreteras sin asfaltar, casas sin agua ni luz, sobre todo, dice, en los pueblos pequeños donde nunca se le olvidará la sonrisa de los niños al recibir comida de los militares.

Su función de mentor no era allí, sino en la capital, Kabul. Formaba parte de un grupo de 35 españoles que vivían en la "grandísima" base estadounidense Camp Fenix, que alojaba a 15.000 soldados americanos y tenía hasta pistas deportivas.

El teniente coronel recuerda que los momentos más delicados del día eran los trayectos de la base, en las afueras, al centro de oficiales del ejército afgano, dentro de la ciudad.

Tenían que recorrer 20 kilómetros, pero 8 eran especialmente peligrosos. "Cambiábamos de ruta todos los días pero había un tramo que era obligado, coincidía con la Ruta Violet. Era una de las más peligrosas y donde más atentados se producían".

Ellos no sufrieron ningún percance y pudieron hacer su trabajo con los afganos, que al principio les veían "como unas personas raras que venían a enseñarles, cuando ellos tienen mucha experiencia en combate". Pero lo que les enseñaban no era a combatir, sino a planificar para no quedarse sin combustible, munición o comida en el combate.

Roberto se acuerda muy bien del comandante con el que trabajó más estrechamente, Mohammed, para él "Moha". "Debía tener 55 años, le gustaba constar historias de los rusos y de los talibanes, y yo le escuchaba con atención, era una forma de aprender su cultura".

Con "Moha" bebía un litro de té al día -"nunca en mi vida he tomado tanto té"- y ambos siguieron en contacto durante años a la vuelta de Roberto a España, que repitió misión en Afganistán en 2012, esta vez como jefe de telecomunicaciones en Qala i Naw. Pero no en "el camping", sino en la base nueva a las afueras de la ciudad.

"VAS A UNA ZONA DE GUERRA"

En ella estuvo en 2011 José, nombre ficticio de este militar del Ejército de Tierra que prefiere no desvelar su identidad. Formaba parte de los convoyes que llevaban víveres a los llamados puestos avanzados, emplazamientos militares aislados especialmente peligrosos.

También acompañaba al jefe del contingente español a negociar con los "señores de la guerra" o jefes tribales para que la "Ruta Lithium" que construyó España estuviera "lo más limpia posible" de amenazas.

Para ganarse la seguridad, cuenta, los afganos recibían apoyo económico "en especie", en forma de nuevas escuelas o de reformas de mezquitas o mercados. "Porque nadie hacía nada sin que el señor de la guerra de ese pueblo lo supiera u ordenara".

Los españoles, afirma, construían buenas relaciones con ellos gracias a su "calidez". "Cuando hacías alguna negociación y en medio estaba el americano, era más complicado", recuerda.

A él se le ha quedado un sabor amargo de Afganistán. "Piensas que vas a una guerra que no es tuya", afirma, porque "no vas a repartir buenas palabras, vas a una zona de guerra y vas a intentar ayudar a la población, pero hay que entender que hay una parte que no te quiere y que te considera un enemigo, un infiel".

Algunos españoles, dice José, no aguantaban la tensión y eran repatriados. "Eran casos excepcionales", aclara, pero ocurrían porque el estrés era diario y la amenaza de artefactos en las carreteras, continua. "Cada boquete, cada cable, cada bolsa en el camino, cada charco... cerrabas los ojos cuando pasabas por un charco".

Aunque reconoce que cuando pasaban los días te acostumbrabas al peligro. "Oyes ¡ta, ta, ta, ta! y piensas: 'bueno, es como el canto del gallo, cuatro tiros en la lejanía", él se fue con "el sinsabor de que allí hemos ido prácticamente para nada".

"No creo que lo piensen solo los españoles, lo piensa cualquier ejército que ha estado allí", añade. También se le ha quedado una "sensación agridulce" por vivir escenas en las que no podía intervenir y que nunca ha compartido con su familia. "Te lo quedas para ti y ahí se queda hasta que te mueras".

Como la de una niña de unos 5 años a la que se le enganchó el velo en una alambrada de la base. El pañuelo se rompió y la niña corrió hacia el que parecía su padre. Cuando el hombre la vio, relata el militar, "le dio una manta de palos que casi la muele a palos".

"Tú estás en el vehículo con tu arma y estás viendo la situación y piensas: '¿me bajo y le cojo del pescuezo, o qué hago?'. Pero te lo tienes que tragar e irte a dormir pensando qué habrá sido de esa cría".

"AMIGOS PARA TODA LA VIDA"

Qala i Naw está en Bagdhis, la provincia del oeste del país de la que se hizo cargo España hasta 2013. Ese año, los españoles se replegaron de la zona y ayudando a esa retirada participó Antonio, nombre también ficticio a petición suya.

Este militar del Ejército de Tierra estaba destinado en la ciudad de Herat, más al oeste y a cuya base los de Qala y Naw conocían como "el balneario". España la compartía con Italia y tenía dos restaurantes y dos tiendas con comida, ropa y artículos de menaje y aseo.

Los cuatro meses que estuvo allí casi no salió de la base, con lo que fue, de los cuatro, el que menos miedo pasó. Solo recuerda que un día les mandaron a un refugio porque había aviso de cohetes y que otro escuchó el atentado contra el consulado estadounidense. "Se montó mucho revuelo".

Lo que recuerda claramente es el día a día con sus compañeros. "Aquí echas tu jornada y te vas a casa, allí tienes que estar con él, dormir con él, estás más pendiente de ellos". Eso, dice, construye "amigos para toda la vida".

Él volvería a una misión como la de Afganistán, como Javier y a diferencia de José. Y aunque los cuatro acumulan regustos diferentes de la operación que más vidas ha costado a España (102 fallecidos), todos tienen claro que haber estado allí les ha cambiado la vida.

José lo resume así: "Aprendes a valorar desde un cachito de pan hasta un trozo de papel higiénico". Para Roberto, la imagen de los niños afganos no se le "borrará nunca" de la mente y Javier lo tiene claro: "Te cambia el punto de vista europeo de 'me da igual todo, voy a vivir la vida y pasarlo bien'".

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