En un momento de Historia de un matrimonio, el protagonista se encuentra con un recorte de prensa enmarcado sobre una de las obras de teatro en las que dirigió a su mujer, bajo el titular Escena de un matrimonio, que remite igualmente al título original de Secretos de un matrimonio, uno de los grandes trabajos de Ingmar Bergman. Es una de las referencias a las que recurre Noah Baumbauch en su última película para abordar la descomposición de una pareja; todas muy explícitas, como los temas del musical Company, de Stephen Sondheim, que interpretan Scarlett Johansson y Adam Driver por separado en sendas fiestas -magistral Driver haciendo suyo el Being Alive-. Y sin embargo, si algo sobresale en Historia de un matrimonio es la enorme personalidad con la que su autor aborda un argumento, a priori, de lo más viciado, a través de una mirada tan objetiva como imparcial, con la que nunca toma partido para convertir al espectador en juez supremo sobre las decisiones vitales adoptadas por la pareja protagonista una vez que se ha desvanecido el amor que la unió -en la escena del juicio, las intervenciones de los abogados se realizan de cara a un juez del que no se intercala ni un solo plano; cuando él o ella exponen su particular drama personal, los primeros planos parecen dirigidos a nosotros, no a su interlocutor; cuando la asistente social visita -casi una presencia fantasmal- el apartamento de Driver, somos nosotros quien lo evaluamos.
En realidad, todo es admirable en esta excepcional película, desde sus diez primeros minutos, en los que logra enganchar al espectador con un memorable trampantojo, hasta la armoniosa naturalidad de la escena final; desde las interpretaciones de Johansson y Driver, hasta la de los notables secundarios (Laura Dern, Alan Alda -qué mayor-, Ray Liotta y Julie Hagerty -la azafata de Aterriza como puedas-); desde la disección de las culpas y las grietas abiertas en la vida de la pareja protagonista, hasta la visión del negocio en que muchos abogados han convertido las rupturas matrimoniales. El mérito de Baumbauch es que asistamos a su narración como si fuese algo que hiciésemos por primera vez.