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España

El efecto zapato

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Los zapatos se inventaron para protegernos los pies de tantos caminos casi insalvables que, durante siglos, el hombre ha ido sorteando. Primero fueron un trozo de esparto bajo la planta del pie. Luego, unas polainas y más adelante una especie de botas de cuero. Creo que por ahí iban los tiros. El caso es que visto lo visto los zapatos ya empiezan a valer para algo más que para cubrirse y protegerse los pies: para lanzarlos.

Resulta  paradójico en un principio que la primera persona que propone la idea de arrojar un zapato a alguien como venganza por una guerra injusta (aunque no existen guerras justas) lo haga contra el mismísimo presidente de los Estados Unidos, y, por otra parte, que tal hazaña se vaya a poner de moda entre los que creen que tienen enemigos potenciales a los que lanzar un zapatazo. Sea quizá la única manera de salvar, por ejemplo, un puesto de trabajo, una hipoteca, la cuenta del banco o la mala actuación de un alcalde. Imaginemos que un empleado, cuando le anuncian que va a la puta calle porque la empresa va de culo, le lanza un zapato, en este caso una bota de seguridad, a su director. Zaca, por capullo. Una brecha en la frente. Al día siguiente, otro botazo, y otro, y otro más, y así hasta pasar por el despacho media plantilla (de trabajadores y de botas y zapatos).
O imaginemos que vamos al banco y, en la ventanilla, luego de la interminable cola, el cajero nos anuncia que nuestra cuenta corriente está de puta pena y que ya no nos dan ni un euro más. Pues nada, se quita uno el zapato y zaca, por capullo. Brecha en la frente, dos puntos de sutura y tres días de baja. O que te quitan la casa por no pagar la hipoteca y cuando van los del banco a por las llaves toda la familia arroja una lluvia incontenible de zapatos, y en algunos casos cacerolas, contra los usurpadores. O que un alcalde (de cualquier pueblo de nuestra Comarca) nos decepciona y, en vez de pedir cita para solucionar el problema la pedimos para lanzarle un zapato. “Vengo a ver al alcalde”, le anuncia uno al conserje. “¿Para qué?”, inquiere el funcionario con el ceño fruncido. “Para lanzarle un zapato”, le responde malhumorado el ciudadano. “Pues va a tener que venir usted mañana, porque ahora mismo hay en el despacho diez como usted, protestando a zapatazos”.

Se me vino a la memoria aquellos días insufribles que pasé con el caso Malaya en Marbella. Por aquellas prolongadísimas jornadas desfiló una panda de mangantes de todo tipo. Desde hombres trajeados con pelo al estilo lengüetazo de ternera, a mujeres tocadas ocultando su careto recién operado pidiendo que la crean porque decían ser inocentes –ahora están todas en la calle bajo fianza, o sea–. Decenas de reporteros gráficos y redactores se daban cita allí cada mañana, tronara el cielo por chaparrón o hiciera un sol justiciero. Además de ciudadanos indignados que habían dado su voto a una cuadrilla de filibusteros de lo más cutre y mamarrachos. Pues imaginen entonces a toda esa gente que acudía a los juzgados para ver el espectáculo, arrojando zapatos. Piensen por un momento en la chubasco de cuero con tacón, sandalias (playeras) y zapatillas de deportes (tenis y golf por ejemplo) que no hubieran volado por los cielos siempre azules (y en aquel momento grises) de una Marbella maltrecha por las deudas y la vergüenza.

No sería mi estilo ir arrojando zapatos por ahí, pero desde luego no es mala idea si con ello protestamos, a veces, contra los abusos de algunos de los que nos gobiernan local, regional o nacionalmente. A veces el panorama es merecedor de una lluvia de botas de Valverde del Camino como poco. Otras veces, un taconazo a tiempo no vendría mal. Como los trabajadores de Celupal se inclinen por lanzar zapatos y botas, agüita de mayo para unos y temporales de otoño para otros. Lo digo porque en España copiamos todo lo americano, y como lo del zapato de Muntazer Al Zaidi se extienda por estas tierras casi devastadas por la crisis económica y el paro, y el cierre de empresas que a primeros de año no era crisis ni paro ni iban a existir cierres de empresas, ya veremos el careto de algunos en el Congreso, Parlamento o salón de Plenos de un Ayuntamiento. Nos vamos a descojonar.

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