Solía reivindicar que era hijo de emigrantes en Cuba y sus defensores decían que le cabía "el Estado en la cabeza", pero con una trayectoria política marcada por haber sido ministro de Franco, aunque también figura clave durante la Transición, Manuel Fraga Iribarne (Vilalba -Lugo-, 1922; Madrid, 2012) no logró ser presidente del Gobierno español, pero obtuvo cuatro mayorías absolutas al frente de la Xunta de Galicia, su tierra.
Respetado incluso por quienes no compartían sus ideas políticas, Don Manuel se dedicó con compromiso 60 años a la vida pública. Hiperactivo, dotado de una mente privilegiada y de una sólida memoria, aunque vehemente y algo autoritario, son algunos de los rasgos que destacaban de él sus colaboradores durante los casi 16 años que estuvo al frente del Ejecutivo gallego.
El 'León de Vilalba' era de los primeros en llegar a la Xunta, una costumbre que mantenía ya bien entrados en sus 80 años desde su despacho en el Senado. También asistía a los frecuentes desayunos informativos que se celebran en Madrid, porque era incapaz de declinar una invitación a acudir allí donde pudiese 'cocerse' algo.
Conocido por sus maratonianas agendas de trabajo, él mismo se encargaba de alimentar esa imagen de trabajador incansable con episodios como cuando, en octubre de 2003, se reincorporó a su despacho de trabajo sólo unos días después de que le hubiesen implantado un marcapasos o cuando, un año después, se empeñó en retomar el Debate sobre el Estado de la Autonomía pese a haber sufrido un desvanecimiento en plena tribuna mientras leía uno de sus prolijos discursos.
No obstante, se había visto obligado a minimizar sus apariciones públicas desde que, en abril de 2011, tuvo que ser sometido a una intervención quirúrgica a raíz de una fractura de cadera. Su delicada salud le había impedido por primera vez disfrutar el pasado verano de las vacaciones en su residencia de Perbes (Miño -A Coruña-), y a principios del pasado mes de septiembre, se informaba públicamente de su retirada de la vida política y se anunciaba que no volvería a ser candidato en las elecciones generales.
GALLEGUISMO
Desde que en 1981, con el lema "Galego coma ti", fue factor clave para conseguir la Presidencia de la Xunta para su ahijado político Gerardo Fernández Albor --él no era candidato, pero la campaña estuvo centrada en el aval de su figura--, Fraga marcó la política gallega.
Desde 1989 y durante casi 16 años al frente de la Xunta, conjugó proclamarse gallego "como una forma de ser español", con la reivindicación de un "galleguismo constructivo". Así, no consintió que el senador nacionalista Xosé Manuel Pérez Bouza en 2010, después de que éste le afease su voto en contra del uso de las lenguas cooficiales en el Senado.
Su mensaje de recuperación de la dignidad de la autonomía gallega dotó al PPdeG de una personalidad propia dentro del partido que él mismo fundó. Pero, previamente, su partido de la "mayoría natural", que abarca a la clase media tanto en el espectro de votantes de centro como de derecha, no le dio resultado en sus intentos por ocupar La Moncloa.
No falta quien lo atribuye a que quedó marcado por los cargos que ocupó durante la dictadura franquista, que nunca llegó a condenar expresamente, y que culminó con su nombramiento como ministro de Información y Turismo entre 1962 y 1969. Durante esos siete años se le atribuyen líneas de apertura del régimen, con la Ley de Prensa y el fomento del turismo como una de las bases de la economía española. Pero el 'lastre' de haber sido ministro franquista, pervivía en su currículum tanto como su fotografía bañándose en Palomares.
CLAVE EN LA TRANSICIÓN
No obstante, tras su etapa como embajador en Londres, entre 1973 y 1975, desempeñó un papel importante en la transición. Pese a que se cuestiona su labor como ministro de Gobernación en el Gobierno de Carlos Arias Navarro, luego fue miembro de la ponencia que redactó la Constitución de 1978 y contribuyó al consenso necesario en esos momentos delicados --llegó a presentar al líder del PCE Santiago Carrillo en una conferencia en el Club Siglo XXI--.
El golpe de Estado del 23-F lo pilló también en primera línea en el Congreso, donde se enfrentó al exteniente coronel Tejero. Los actos por el trigésimo aniversario de este capítulo de la historia española, el pasado mes de febrero, fueron precisamente una de las últimas ocasiones en las que se le pudo ver y donde compartió comida con el Rey y otros parlamentarios que vivieron ese episodio, como Felipe González, Santiago Carrillo o José Bono.
Y aunque no llegó a ser presidente del Gobierno, es el fundador de Alianza Popular, partido que refundó en 1989, cuando entregó la dirección del ya Partido Popular a un joven José María Aznar sin "tutelas ni tutías". Ante un Aznar ya presidente del Gobierno, el 'León de Vilalba' defendió en 2003 "empezar a desdramatizar la necesidad de una revisión de la Constitución", en puntos como la reforma del Senado, con el fin de "normalizar y perfilar el modelo territorial de España".
Fraga conjuró sus propias proclamas de que sería "un poco contra natura" presentarse ya octogenario a una quinta reelección y lo volvió a intentar en 2005, cuando perdió la mayoría absoluta frente a un bipartito de PSdeG y BNG. Previamente, en 2002, tuvo que pasar un momento amargo con la catástrofe del 'Prestige', en la reconoció que "la Xunta no fue siempre suficientemente apoyada por el Gobierno nacional", que por aquellos momentos presidía, precisamente, Aznar.
DEBATE DE IDEAS
Más allá de las diferencias ideológicas, mantuvo una buena relación con Fidel Castro, con quien compartía la condición de hijos de gallegos emigrados en Cuba, y realizó un viaje a la isla en 1991, que el político cubano devolvió un año después para descubrir sus raíces gallegas. A Fraga le gustaba presumir de que gracias a él fueron liberados algunos presos, pero años después, ya advertía de que la experiencia del revolucionario cubano estaba "agotada".
De su carácter ambicioso y del empuje por estar en primera línea da buena muestra cuando, en una comida con periodistas que lo seguían habitualmente, se le indicó lo diferente que sería su vida si sus padres hubiesen decidido criarlo en Cuba y que a lo mejor hasta hubiese acabado siendo ministro de Fidel, a lo cual él replicó con una negativa, seguida de una proclama: "Yo sería Castro".
Conservador, amante de jugar una buena partida al dominó y de la caza y la pesca, poseedor de profundas convicciones religiosas, en sus comparecencias nunca se sabía por dónde podía salir y, al margen de su contribución política, regaló a la prensa jugosos titulares como: "No puedo meter a un hombre y una mujer en la cama y decirles lo que tienen que hacer. Si hiciera falta, lo haría, pero no se puede".
Sus defensores aseguran que durante sus tres lustros de mandato se pasó de la "Galicia de las correidoras y los menciñeiros", como a él mismo le gustaba rememorar, a una comunidad con mejores carreteras interiores y de conexión con la Meseta, unas zonas rurales electrificadas y con mejores comunicaciones, y en la que se llegó a alcanzar cotas de autogobierno desconocidas.
Por contra, sus detractores le reprochan la hipoteca de la aún inconclusa Cidade da Cultura, un desarrollo no planificado en diversos ámbitos o que hubiese permitido la consolidación de 'reinos de taifas' en las provincias.
Tras ceder las riendas del PPdeG a Alberto Núñez Feijóo en enero de 2006, se refugió en el Senado y en concluir sus memorias 'Final en el Finisterre'. "Todo se va, todo cae, todo termina", recitó emotivo en aquel congreso en el que le dio el timón de mando a quien luego consiguió reconquistar la Xunta al primer intento, y también confesó, nuevamente, su deseo de ser enterrado en Perbes (Miño, A Coruña).