El hecho de que la Semana Mayor de Málaga continúe en el candelero sigue dejando algunas preguntas en el aire
Cuando aún nos recuperamos de la Semana Santa que no ha sido, o al menos no ha sido como debiera haberse celebrado, el Obispado de Málaga emite una nota de prensa, muy contundente, condenando la grabación de un spot publicitario de una conocidísima marca de ropa con tiendas en Málaga capital y en la provincia, quejándose de que sus realizadores grabaron, al parecer sin permiso, en la Catedral. Otros muchos cofrades han puesto en el grito en el cielo porque, según explican, se banaliza con diversas imágenes y se hace, en cierta manera, una parodia publicitaria de la fe popular. Un conocido tuitero se preguntaba el domingo por la noche si tendrían narices de hacer lo mismo con otras religiones, especialmente con una de ellas. Todo esto se olvidará pronto, supongo, en esa enorme hoguera de las vanidades en la que hemos convertido esta sociedad que camina polarizada hacia los precipicios históricos que el inconsciente colectivo aún encierra en el desván. Al fin y al cabo, no hemos cambiado tanto. Pero el hecho de que la Semana Mayor de Málaga continúe en el candelero sigue dejando algunas preguntas en el aire: ¿el nuevo recorrido oficial es beneficioso o, por el contrario, un lastre para nuestras cofradías? ¿De tanto aforar calles y enclaves, no han convertido moverse por nuestro centro en un infierno durante los días de procesiones? A la segunda puede responderse fácilmente: sí. En relación a la primera, tengo muchas dudas, pero lo que sí sé es que hay muchos que no terminan de abrazar ese itinerario que, pese a que debería haber nacido del consenso, se ha convertido ya en un arma política que solivianta tanto al equipo de gobierno como a la oposición municipal. Y a todo esto el Mutilado, cofradía que, en teoría, había adecuado su patrimonio a la Ley de Memoria Histórica, vuelve a llamar la atención con uno de sus estandartes. Han hecho lo más difícil y caen en las trampas más fáciles. Hay polarización hasta en algunas de nuestras hermandades. El horizonte comienza a preñarse de casetas y farolillos, pero aún no hemos debatido convenientemente en las redes si los hermanos mayores que salieron a la calle pese al agua cometieron una desfachatez y, por el contrario, son cofrades valientes y ponderados. La lluvia de barro parece haber escampado y, a la pérdida de identidad de una ciudad cansada y acogedora, se suma la de una Semana Mayor que parece algo desnortada y tímida, como si no fuera consciente de su destino y de su carga genética, esencial para muchos. O para todos.