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La Compañía Nacional de Danza llega este sábado a Niebla con 'Carmen'

La escenografía se sintetiza en nueve prismas móviles con tres caras diferentes cada uno, conducidos por los bailarines a través de la coreografía

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  • Los bailarines Kayoko Everhart e Isaac Montllor en 'Carmen'. -

La danza llega al Festival de Teatro y Danza Castillo de Niebla con uno de los espectáculos más potentes y esperados de la presente edición del certamen. La Compañía Nacional de Danza lleva a escena este sábadoCarmen’, la inmortal ópera de Bizet, con dirección y coreografía de Johan Inger.

La primera propuesta de danza de la programación es también el cierre de temporada de la Compañía Nacional. El excepcional escenario del Patio de los Guzmán, bajo la noche de verano, estará al servicio del simbolismo y la belleza de la coreografía, por la que Inger recibió el Benois de la Danse en 2016. Cuando  recibió el encargo de la Compañía Nacional de Danza de montar una nueva versión de Carmen, siendo él sueco y Carmen una obra con un marcado carácter español, se encontró ante un enorme reto, pero también una gran oportunidad. Su aproximación a este mito universal tendría que aportar algo nuevo.

Para ello, Inger decidió centrarse en el tema de la violencia, aproximándose a ella a través de una mirada pura y no contaminada: la de un niño. Partiendo de este enfoque, Inger crea un personaje, que propicia que seamos testigos de todo lo que pasa, a través de sus ojos inocentes, a la vez que contemplamos su propia transformación. “Hay en este personaje un cierto misterio, podría ser un niño cualquiera, podría ser el Don José de niño, podría ser la joven Michaela, o el hijo nonato de Carmen y José. Incluso podríamos ser nosotros, con nuestra primitiva bondad herida por una experiencia con la violencia que, aunque breve, hubiera influido negativamente en nuestras vidas y en nuestra capacidad de relacionarnos con los demás para siempre.”, explica el director y coreógrafo.

El espacio escénico para esta propuesta de Carmen se basa conceptualmente en la creación de una escenografía muy clara y limpia, definida por la sencillez y rotundidad de las formas, y por la honestidad visual de los materiales elegidos. Se busca la asociación de atmósferas mediante la reinterpretación de la novela original, evitándose cualquier tipo de estética costumbrista. Sevilla es un lugar cualquiera, la fábrica de tabacos es cualquier industria y los montes de Ronda representan un estado de ánimo al límite, que traducido al espacio se refleja como suburbios, ámbitos oscuros, escondidos o inseguros. Para crear estas atmósferas la escenografía recoge tres materiales, el hormigón, el espejo y un onduline negro, y surge de una forma, el triángulo equilátero que representa de manera instintiva y por asociación al universo de la obra. Tres es el número que rompe la baraja, tres el que provoca los celos, tres el que finalmente desemboca en la violencia.

Tres por tres igual a nueve prismas

La escenografía se sintetiza en 9 prismas móviles con tres caras diferentes cada uno, conducidos por los bailarines a través de la coreografía, y con los que se va articulando los diferentes espacios. Espacios limpios que no obstaculizan la lectura del discurso danzado, y que acentúan posibles lugares y posibles estados de ánimo sólo a través de la forma y del material.

En palabra del escenógrafo Curt Allen, “el suelo cambia a lo largo de la obra de claro a oscuro, y unas lámparas acompañan tres momentos diferentes: la fábrica, la fiesta y las montañas, y serán, aparte del vestuario, el único toque de color en la escenografía. La escenografía se quiere mostrar dinámica y funcional, al servicio de una propuesta que nos va a hablar, desde la perspectiva de un niño, sobre las múltiples facetas de esta obra universal, entre ellas la violencia y sus consecuencias”.

Con diseño de vestuario de David Delfín, las pautas marcadas por el director, han sido sobriedad, atemporalidad, contemporaneidad y un sutil acercamiento a la década de los 60. Todo ello visto desde la simbología y la metáfora. Los caracteres y personalidad de los personajes se verán tocados por estos conceptos. Su idea es crear una nueva Carmen, huyendo de los estereotipos estéticos de la obra y de la época, desdoblando y trasladando sus personajes a una especie de equivalente contemporáneo.

“De esta forma, los militares se acercan a otra forma estética de poder, como podrían ser los ejecutivos. El torero, la estrella de la obra, estaría más cercana a una estrella de cine o de rock… Este simbolismo se ve reforzado por personajes metafóricos”, apunta el diseñador. Los gitanos, seducidos por los encantos de las cigarreras que despiertan sus instintos animales, se transforman casi en perros. La ingenuidad, la pureza, la bondad y el misterio humano lo representa un niño, una presencia andrógina que se va oscureciendo durante el transcurso de la obra.

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