Huelva, cinco de agosto, ocho en punto de la tarde. Todo estaba listo para el gran día de las Colombinas. Llegaba José Tomás. La expectación desbordada desde el mismo momento en el que se confirmó su contratación se hizo notar durante todo el día en la ciudad, que lució un extraordinario ambiente de toros desde primera hora de la mañana.
Hasta el tremendo calor que hizo a lo largo de la jornada se tornó en una temperatura de lo más agradable justo a la hora del festejo.
La brisa proveniente de la costa onubense hizo mucho, pero también tuvo que ver ese don innato que tiene el de Galapagar de hacer brotar con su toreo los escalofríos más intensos. Y es que así es José Tomás, intérprete en Huelva del sueño más dulce en una noche intensa de verano, y eso que sus dos faenas, esta vez, fueron como la noche y el día.
Delantales en el saludo y quite por chicuelinas fueron la carta de presentación de José Tomás en su primero, toro blandito de salida pero que, al no ser apenas picado, desarrolló "carboncito" en la muleta, además de acostándose ligeramente por el derecho.
Le costó a Tomás en hacerse con la situación, tanto que, a decir verdad, jamás se hizo con ella. Demasiados enganchones y poca continuidad en una labor en la que, no obstante, hubo pasajes aislados más que notables, especialmente los remates de series. Pero como mató a la primera le dieron las orejas, premio excesivo a todas luces a tenor de lo que acontecido en el ruedo.
El cuarto fue otro cantar. Un toro noble y bueno, el mejor de la corrida, al que Tomás cuajó una faena mucho más maciza. Faltó limpieza en algunas fases, sí, pero la manera de hacer los cites, el cómo echaba los vuelos de la muleta y la forma de enganchar y enroscarse con el astado por los dos pitones fue cumbre de verdad.
La magia de la hondura y el temple, el magisterio y la solemnidad, la naturalidad y la elegancia. Se quedan cortos los calificativos para describir la gran obra que llevó a cabo el madrileño, que volvió a pasear otras dos orejas con la plaza echando humo en las palmas de tango de celebración.
López Simón no tuvo tela para cortar con un primer toro que enseguida buscó pronto el refugio de las tablas. Quiso mucho el madrileño, muy tesonero, pero la faena jamás llegó a coger vuelo.
El quinto, que también acabó rajado, sin embargo, le dejó estar algo más, lo que aprovechó un voluntarioso López Simón para darle fiesta por el derecho en varias tandas ligadas, limpias y desmayadas, y muy jaleadas por unos tendidos totalmente entregados a esas alturas de función, de ahí que, tras un espadazo sin puntilla, lograba el doble trofeo.
De Miranda recibió con gusto y temple a la verónica al toro de la alternativa, al que instrumentó también un valentísimo quite de frente y por detrás, quieto como un poste.
Igual de impávidas fueron las dos arrucinas y otros tantos pendulazos con los que inició una faena de muleta más que digna, sobre todo por lo poco que aportó el flojo y remiso astado, con el que tuvo que meterse entre los pitones para, tras una estocada de la que salió trompicado, cortar las dos orejas.
En el sexto anduvo muy aseado De Miranda, muy correcto durante todo su quehacer ante un toro que se paró enseguida y con el que se mostró técnicamente impecable.
FICHA DEL FESTEJO.- Toros de Victoriano del Río, aceptablemente presentados, nobles pero mansos y en el límite de las fuerzas, a excepción del manejable cuarto.
José Tomás, de caldero y oro: estocada trasera (dos orejas); y estocada caída (dos orejas con petición de rabo).
Alberto López Simón, de frambuesa y oro: pinchazo y estocada trasera (ovación tras aviso); y estocada desprendida (dos orejas).
David de Miranda, de blanco y oro, y que tomaba la alternativa: estocada baja (dos orejas); y pinchazo y estocada (ovación).
En cuadrillas, Fernando Pereira y Pedro Muriel saludaron en el primero, y Miguel Martín y Pedro Contreras hicieron lo propio en el cuarto y sexto, respectivamente.
El coso de la Merced registró un lleno de "no hay billetes" en tarde de calor.