La Cureña, Rumasa, El Casino Jerezano, Karkomedos, Los Lagartos, El Ala 22, oficiales por un sitio y suboficiales por otro, la propia de González Byass, o la de Domecq, el Disco Rojo y tantas otras casetas que eran privadas y por la que dos meses antes había llamadas de teléfonos, que los móviles no existían, a los amigos de los amigos para intentar encontrar una invitación. Era la otra feria, la que dio paso a la feria más abierta y más amigable que existe en el mundo mundial. Y los nostálgicos, aquellos que ya atravesamos la línea de los 5o, cuando hablamos de lo que es esta Feria y lo que era aquella otra de los años 70 siempre discutimos si aquella era mejor o peor. Era mucho más pequeña, nos conocíamos todos muchos más y en esas casetas, por suerte o por desgracia, casi coincidíamos siempre los mismos. Era como cuando los pub se abrieron en Jerez, a comienzos de los 70, que los noctámbulos eran, éramos los mismos. Las mismas caras eran las que estaban en el Alberti de Icovesa, de Barrios y Rafa Porro, o en el Gregar, de Gregorio, en la barriada de San Joaquín. Era una feria que, en absoluto, tenía nada que ver con éste ni en el espacio, ni en el ambiente. Era Feria de corbata y chaqueta obligada, de discoteca desde muy temprano y de mucho gañoteo. El que pudiese, claro...
Jerez
El debate de los nostálgicos
La Cureña, Rumasa, Ala 22, con oficiales y suboficiales, eran casetas privadas. Era la otra feria en los años 70
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