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La lucha de la madre del cabo Soria fallecido en el Líbano

Margarita Toledo creará una asociación para familiares de militares fallecidos y heridos. Soria murió por un obús del ejército israelí en Líbano en 2015.

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A Margarita Toledo nunca le gustó el ejército. Casi 17 meses después de que un obús del Gobierno israelí truncara en el Líbano la vida de su hijo, el cabo malagueño Francisco Javier Soria, la jerga militar ya no le suena tanto a chino. Pegada al móvil, comparte en un grupo de whatsapp confidencias y las últimas noticias aparecidas en los medios con otros padres, hermanos o esposas a quienes la vida también les ha golpeado. Ha encontrado en el dolor compartido algo de consuelo en su batalla por conocer la verdad. “No fue un accidente ni un error, fue un asesinato”, defiende convencida, “sabían muy bien las coordenadas, iban a por ellos”.

Destinado a labores humanitarias, aquella misión de paz se llevó por delante la vida del joven malagueño de 36 años que nunca llegó a conocer a su hija, que nació apenas unos días después de su muerte. Recuerdos y medallas con honores adornan las estanterías del salón de su madre, “ahora le han dado otra nueva”, comenta, “pero de qué le valen ya”. El Gobierno israelí indemnizó a la viuda del cabo con 200.000 euros, pero Toledo no quiere dinero, sino justicia. “Javi sabía que no tenía una madre que se iba a derrumbar y si me muero sin conseguir nada, lo haré con la dignidad de haber luchado”, sentencia. Ha llevado la muerte de su hijo ante la Audiencia Nacional y reclama una investigación al Gobierno de Israel.

Quiere sentar a los responsables en el banquillo y que se les castigue. “Vamos a esperar hasta septiembre, pediré hablar con el juez Andreu y si no, intentaremos movilizarnos, estoy dispuesta a ir a Bruselas si hace falta”, avanza esta madre, que no dudó en plantarse en mayo pasado en la puerta del Congreso de los Diputados para exigir justicia para los miembros de las Fuerzas Armadas que han caído o han sido heridos defendiendo a su país.

El informe de la ONU certifica que Israel avisó a las 11.39 horas de aquella fatídica fecha de que los cascos azules debían permanecer en sus posiciones, evitaran salir al exterior, pero nada más. Entre las 11.48 y las 13.43, el Ejército israelí disparó sobre la zona 118 obuses de artillería, 90 granadas de mortero y cinco proyectiles de tanque. El militar malagueño se llevó el peor impacto al estar en la torre de vigilancia. Sus compañeros se refugiaron en un búnker.

El del cabo Soria no es el único caso al que le faltan algunas piezas del puzzle. Toledo se ha sentido arropada por algunos compañeros de su hijo, “no todos”, y condena, cada vez que tiene oportunidad, la actitud que tuvo el Gobierno Español. “Me parece una traición que hagan un acuerdo con Israel para tapar las vergüenzas, no sé qué oscuros intereses habrá detrás para que la vida de mi hijo se valore en 200.000 euros”, denuncia.

Unidos por el dolor
A la vuelta del verano pondrá en marcha una asociación para reunir a familiares de militares fallecidos y heridos en el ejército con el objetivo de visibilizar la lucha de muchas familias como la suya. “Muchos vienen heridos y apenas les dan una minusvalía del 20 por ciento, otros aparecen muertos en extrañas condiciones y siguen esperando respuestas”, relata, “los que están heridos pueden tener voz, pero los muertos no, queremos darles honra”.

Cada vez que tiene ocasión, reitera que España “se olvida de sus militares”. “No te hablo de los de medalla, sino de los soldados”, precisa. De ahí que al nuevo gobierno le pida un cambio de actitud “de quienes dan su vida por nosotros allí donde los mandan” y de responsables, “que echen a Pedro Morenés, que entre alguien más capacitado”, reclama.

El cansancio hace mella en su semblante. Se le nubla la mirada recordando cada episodio de una pérdida a miles de kilómetros de casa. La vida le ha golpeado con fuerza. En cinco años ha perdido a dos de sus tres hijos. Miriam, con parálisis cerebral de nacimiento murió en 2010 con 19 años. “No quiero dinero, me corto las manos antes de coger un euro de los asesinos de mi hijo”, sentencia.

Cada 28 el recuerdo se hace más fuerte. “Se lleva mal”, reconoce. “Me acuerdo cuando salía a fumar y él subía las escaleras y me decía, madre, te pillé”, rememora. Pero ella sale de casa “llorada”. En otro contexto nadie diría el dolor que acompaña sus días. Hace del buen humor su mejor escudo. Pero la procesión, como cualquier madre que ha perdido a un hijo, va por dentro.

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