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Una buena hidratación corporal disminuye el riesgo de padecer eventos coronarios

Las personas que residen en poblaciones con agua corriente más dura (contenido de minerales: calcio y magnesio) presentaron menos problemas cardiovasculares

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Sin agua, la vida humana no existiría. No podemos sobrevivir más de 5 días con deprivación total de agua. Beber una cantidad suficiente cada día puede reducir significativamente el riesgo de padecer una enfermedad cardiaca grave.

 

El agua constituye la molécula más abundante del cuerpo humano, -60% del peso en adultos y 80% en recién nacidos-; un adulto de 75 kg de peso contiene alrededor de 45 kg de agua, mientras que un recién nacido de 3 kg unos 2,4 kg. Los billones de células que componen nuestro organismo requieren suficiente volumen de agua y productos energéticos para poder cumplir con su objetivo principal:  mantener una vida saludable.

El agua contenida en el interior de las células -líquido intracelular- representa 2/3 de la cantidad global, mientras que el 1/3 restante circula en el exterior de las mismas -líquido extracelular-. La mayor parte de ésta última (80%) se mantiene en constante movimiento entre las células -espacio intercelular-, o formando parte de la sangre (20%) -plasma sanguíneo-.

En el aparato digestivo, la absorción de la mayor parte del agua, sales, glucosa, nutrientes y otros compuestos químicos facilita su trasvase a la circulación sanguínea para la normal distribución por todo el organismo. El agua facilita la eliminación de los productos de desechos y elementos tóxicos que van acumulándose en el cuerpo, fundamentalmente a través del sudor, orina y heces. La transpiración y la respiración mantienen la temperatura corporal, la circulación sanguínea aporta calor, mientras la sudoración refrescar el cuerpo. Este imprescindible equilibrio hidroelectrolítico contribuye a activar y mantener el metabolismo fisiológico.

En la cubierta exterior de las células -membrana- existen unas puertas biológicas, llamadas bombas sodio-potasio y canales del calcio, por las que entran y salen los electrolitos -sodio, potasio, calcio-, desde el espacio intersticial al interior celular -citoplasma-. Cuando estas puertas no funcionan bien, se altera peligrosamente la concentración química intracelular, pudiendo elevar mucho la cantidad de agua en el interior de las células que podría destruirlas. Estos canales de la membrana celular preservan la relación fisiológica 2/3:1/3 del agua intracelular y extracelular, manteniendo la vida. El agua circula de manera natural desde las zonas de menor a mayor concentración de electrolitos -ósmosis-. Tras la ingesta de alimentos con alto contenido de sal -anchoas, patatas chips, embutidos-, el cuerpo reacciona inmediatamente pidiendo líquidos, “la sal llama al agua”.

Según recientes informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), varios factores deben considerarse al calcular las cantidades de agua requeridas para mantener una adecuada hidratación, como sexo, edad, peso, embarazo y clima. En condiciones estándar, la ingesta diaria de agua recomendada es de 3 litros para hombres y 2,5 litros para mujeres, aunque con el aumento de la actividad física o temperaturas cálidas, los líquidos perdidos deben ser reemplazados. Aproximadamente, un tercio de la cantidad recomendada suele consumirse a través de alimentos.

Algunos alimentos contienen una cantidad tan importante de agua que podrían considerarse “bebidas sólidas”, como la sandía (95%), el melón (90-95%), o la manzana (84%). Carnes, pescados y mariscos tienen un porcentaje significativo de agua (60-80%) siendo éste inversamente proporcional a su contenido graso, según la especie animal.

 

Deshidratación

Cuando se pierde abundante cantidad de agua corporal a través de la sudoración, orina, calor o fiebre, sin reponer estas pérdidas mediante la ingesta de agua o alimentos con alto contenido acuoso, puede aparecer un estado de deshidratación con afectación temporal de algunos órganos y funciones corporales, incluyendo el corazón y el sistema cardiovascular. Las personas con mayor riesgo de deshidratación son los ancianos, niños, deportistas aficionados y enfermos crónicos.

Cuando el contenido de agua corporal disminuye un 10% suele aparecer ciertas síntomas y signos en el organismo, pero una pérdida superior al 20% puede provocar la muerte. La persona deshidratada presenta una disminución del volumen de sangre, con mayor contenido de sodio, por lo que la circulación sanguínea se enlentece, lo que favorece los eventos tromboembólicos. Para compensar esta alteración corporal, el corazón late más rápido -taquicardia- y aumenta la presión arterial. Mantener el cuerpo bien hidratado ayuda notablemente al corazón para bombear mejor la sangre, permitiendo que el oxígeno y los nutrientes lleguen a todos los órganos y tejidos para su funcionamiento normal.

El estado de deshidratación ligero o moderado se manifiesta con la aparición repentina de la sed, boca seca o pegajosa, mareos, confusión o irritabilidad, dolor de cabeza, calambres musculares y disminución de la frecuencia y volumen de la micción, con orina de color amarillo oscuro.  Los casos más avanzados suelen presentarse con aturdimiento, latidos cardíacos y movimientos respiratorios rápidos, apatía, delirio o pérdida del conocimiento.

Ciertos medicamentos -diuréticos- facilitan la pérdida del agua corporal mediante el incremento en el volumen de la micción, que deben ser prescritos y controlados médicamente para los pacientes que retienen líquidos o requieren mejorar el trabajo cardiaco mediante una reducción del volumen sanguíneo.


 

El órgano de la sed

En general, la sed representa una excelente alarma que avisa de la necesidad de ingerir agua, cuando el cuerpo la necesita. Este indicador biológico procede del cerebro -hipotálamo-, donde existe un órgano muy pequeño, del tamaño de una lenteja, denominado órgano subfornical - SFO (del inglés, subfornical organ), encargado de monitorizar la concentración de agua y sales en la sangre, activando la sensación de sed ante un déficit de agua o exceso de sal. Saciar la sed nos produce una sensación placentera inmediata. Esta red neuronal SFO, formada por células especializadas, denominadas osmorreceptores, detecta cualquier disminución del agua celular y desencadena el mecanismo de la sed. Tiene una interconexión con diversas partes del cuerpo, especialmente con el corazón y sistema cardiovascular, puesto que controla la concentración de agua y electrolíticos de la sangre. Este equilibrio hidroelectrolítico debe mantenerse dentro de unos límites normales muy estrechos. Ante cualquier déficit del agua corporal en la sangre, se libera una hormona antidiurética, denominada vasopresina, que se une a unos receptores existentes en los riñones, y disminuye inmediatamente el volumen de orina, ahorrando agua corporal. Se ha demostrado que otras hormonas también estimulan el SFO, actuando como neurotransmisores, como la serotonina (estrecha los vasos sanguíneos), carbamilcolina o carbacol (disminuye las lágrimas) y atropina (disminuye la saliva, resecando la boca).

 La afectación de este pequeño órgano, especialmente en los ancianos, inhibe o desaparece la sensación de sed y, consecuentemente, la activación de esas hormonas conservadoras del agua intra y extracelular. La deshidratación suele incrementar ciertos factores de riesgo que afectan directamente al sistema cardiovascular, como el aumento de la viscosidad de la sangre, del hematocrito y fibrinógeno. Estas alteraciones favorecen la aparición de embolias, hipertensión arterial, infarto de miocardio o insuficiencia cardiaca. La concentración sérica de sodio elevada y persistente en adultos se asoció, 25 años más tarde, con la aparición de insuficiencia cardíaca e hipertrofia ventricular izquierda.

Un reciente estudio publicado en la revista European Heart Journal ha puesto de manifiesto que mantener el cuerpo bien hidratado, ayuda a la contractilidad del corazón, facilitando la distribución de la sangre, con menor estrés del miocárdico. Observaron que el riesgo de padecer eventos coronarios e insuficiencia cardiaca disminuyó casi a la mitad, en ambos sexos, cuan do mantuvieron una buena hidratación corporal. Se comprobó que las personas que residían en poblaciones con agua corriente más dura (contenido de minerales: calcio y magnesio) presentaron menos problemas cardiovasculares. Los niveles elevados de sodio persistente con disminución del contenido de agua en el plasma sanguíneo pueden inducir un progresivo incremento del grosor del músculo cardiaco (hipertrofia ventricular izquierda) e insuficiencia cardíaca a largo plazo.

“No conviene olvidar que beber agua protege nuestro corazón”

 

Referencia: European Heart Journal 2022;43(35):3335–3348 (14 September 2022). https://doi.org/10.1093/eurheartj/ehac138

 

(*) Dr. José Manuel Revuelta

Catedrático de Cirugía y Profesor Emérito de la Universidad de Cantabria

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