Ha pasado el tiempo casi volando. Desde aquel mes de octubre en el que su nombre fue anunciado con todos los boatos y protocolos que requiere la ocasión. Le hemos visto acudir a cultos, a actos, a homenajes sentidos y a toda una liturgia no escrita pero conocida, que en el tiempo acompaña en paralelo a la tinta que se ha ido deslizando por un cuaderno de tapas duras. O por dos, quien sabe.
Va a pasar este próximo domingo: galas y reposteros; autoridades y música de la Municipal. Y la soledad de un atril en un enorme escenario. Pero no hay miedo: a pesar de malo, el miedo es necesario en tantas y tantas ocasiones… ¿qué sería de los toreros si no lo tuviera?No, no hay miedo, estoy seguro. Solo hay responsabilidad, algo que solo los cabales, la gente de bien y quienes su palabra comprometen llevan a gala. Responsabilidad, así como mayúsculas, en el encargo.
Responsabilidad de anunciarnos lo que todos sabemos que va a pasar. Responsabilidad de hablar de lo que todo el auditorio conoce, al menos tan sobradamente bien como el orador. Responsabilidad de que salgamos de allí con enormes ganas, muchas ganas, de que los días corran para ver el primer capirote por las calles. Si esto sucede, que va a suceder, todo habrá sido un éxito. Si no sucede, también lo será: nadie es nadie para juzgar las horas empleadas, el tiempo robado al descanso, a la familia, al ocio o a lo que el pregonero quiera. Incluso a emplearlo en ver un partido del Manchester City en la tele. Porque para gustos, los colores.
Estas no serán unas líneas para glosar su figura: ni falta que le hace. Tampoco de dar ánimos, que los tiene muy de cerca. Y menos para decirle qué tiene o qué no tiene que hacer, que hasta ahí podíamos llegar. No, estas líneas solo quieren ser el segundo aplauso a su enorme voluntad pregonera. Porque a Juan Miguel Vega le sobran muchas virtudes y méritos para enfrentarse al micrófono que tendrá el domingo por delante.
Traerá la palabra arrebalera de su San Bernardo (¡ay, Fernando, que te hubiera gustado vivir este momento!), de su Salud y de su Refugio, que nos llegarán a todos como cañonazos de la mejor artillería; con la altura de los candelabros valientes de su Cristo y el oro fino de su Virgen; con el atronador sonido del corneta Rafael; con la empinada travesía que le da un puente que cuenta los días para velos pasar a Ellos; con los olores a jazmines de Gallinato; con el color de los geranios de Santo Rey; con las estrecheces de Madre de Dios y Fabiola; y con la luz que inunda su cofradía cuando coronan el que llamamos “de los bomberos”.
Ni suerte le deseo, porque con estos mimbres no le hace falta. Solo le hago un ruego, si llega a leer estas líneas: que el primer aplauso que premie su voluntad pregonera me permita que lo dispare, como obús artillero, a la primera fila del patio de butacas donde estará su cuadrilla: Juanmi, Raul e Ignacio. Y por supuesto a Isa, la que marca el devenir de sus días, que tiene el enorme orgullo de haberse convertido en pregonera consorte de la Semana Santa de Sevilla.