Como ocurre siempre que el mundo se tambalea, la sociedad se defiende de su miedo a través de las diferentes disciplinas artísticas. Pero quizás la más prolífica suele ser la literaria, y es por ello que ha surgido una nueva literatura que podríamos llamar "de pandemia". En esa nueva literatura podemos encontrar desde reflexiones personales, teorías con más o menos tinte conspirativo, poemarios e incluso ensayos. Donde menos ha surgido es en el género de ficción, quizás sea porque escribir una novela sobre la pandemia, requiere un gran esfuerzo para no caer en lo conocido, en lo previsible, y no todo el mundo está preparado para hacerlo. Pero Felipe Alcaraz sí lo está, y por eso les aconsejo que lean su nueva novela “Los pobres”, que acaba de ver la luz de los escaparates de las librerías.
Alcaraz vuelve a la novela para mostrar la cara oculta de las ciudades que, eclipsadas por la imagen oficial, o turística si se prefiere, esconden un mundo oculto de marginados presas del olvido. Ambientada en Sanlúcar de Barrameda, lugar de grandes contrastes sociales, su autor narra en primera persona la historia de los pobres. Esos que luchan por salir de la nula presencia social a la que están abocados y que a los ojos del Alcaraz se hacen visibles en una época de pandemia, momento en el que se consuma su absoluta desaparición, mostrando en los balcones y azoteas sábanas, toallas, trapos de cocina, camisetas, bragas y calcetines. Son las banderas de las gentes sencillas, la de los nuevos héroes frente a las del Estado oficial.
Y es que todas las ciudades esconden una cara oculta en la que conviven pobres que luchan a su manera contra el olvido y la marginación. Una labor épica basada en una forma de comportarse llena de humildes detalles que Felipe Alcaraz recoge con la sutileza de quien conoce al dedillo los rudimentos de la buena literatura.
Destilan una melancolía tan hermosa cada una de sus páginas, a veces incluso cómica, que te preguntas si no eres también uno de esos pobres a los que la pandemia borra del paisaje de tu ciudad, pero que, por nuestra soberbia aburguesada y caprichosa, no somos capaces de reconocerlo.