La dana y el egoísmo

Publicado: 07/09/2021
El egoísmo es humano, solamente y la dana es su hija. Es una respuesta de la naturaleza, porque la naturaleza se mueve por lógica, por instinto. Castiga pero...
El egoísmo es humano, solamente y la dana es su hija. Es una respuesta de la naturaleza, porque la naturaleza se mueve por lógica, por instinto. Castiga pero no confabula, no conspira. No va con segundas intenciones. No engaña. Ni la lluvia, ni el viento, ni los árboles, ni los animales, pueden ser egoístas. No hay ser más egoísta que el humano, el que en vez de aprovechar las opciones ofrecidas por la Tierra, soberbio y ególatra se coloca frente a ella; peor aún: contra ella. Hace no más de treinta años “locos” era el epíteto  más suave aplicado a los defensores de la naturaleza con acusaciones como “olvidar al hombre que es más importante que los animales y las plantas”. Cambiar la naturaleza, dominarla como si de un animal salvaje de tratara, era un mérito. El viento, el agua y los animales comen hierba y plantas pero no acaban con ellas, beben agua sin agotarla, se bañan sin envenenarla. Si una especie crece desproporcionadamente, es por falta de depredadores, obra humana también. Han tardado en darse cuenta de su error; por desgracia.


Hace poco tiempo, y menos poco, muchos continúan considerando al ecologismo “enemigo de la civilización y el progreso” y se siguen desviando ríos o cegándolos, o se abren pozos disminuyendo la humedad terrestre y la cantidad de agua dulce, imprescindible para la pervivencia de cultivos y animales, humanos incluidos. Pero siguen sin querer darse cuenta cerrados en la inmediatez de su egoísmo.


Desviar un río es un crimen contra la naturaleza, o sea: contra la vida, la humana también, porque disminuye la humedad del entorno al imprimir más velocidad al paso del agua. Al desecar una laguna no se gana terreno, al contrario, se pierde humedad y con ello se disminuye la fertilidad en ocasiones hasta eliminarla casi por completo. Los resultados son fenómenos violentos e inesperados, y cuando se forma la gota fría las pagamos todas juntas. Lo peor es que lo pagamos todos, no sólo los responsables.


Cuando aquel irresponsable, hoy comentarista deportivo, decía “la gente no está ahora mismo para que le hablen de naturaleza”, olvidaba o ignoraba, imprudente y temerario, que la riada del Aljarafe había sido provocada por la canalización de uno de los arroyos que la cruza. Lo mismo está ocurriendo en las últimas “danas” sufridas. El riesgo de desbordamiento de un río no se evita cegándolo ni desviándolo, al contrario, se crea un problema nuevo porque con la falacia de “liberar terrenos” se ocupan sus márgenes, que quedan expuestas porque el agua siempre busca las pendientes naturales, entre las que, las más sensibles son precisamente las ramblas, torrentes, cauces secos y cauces de ríos cegados o desviados. En caso de entubamiento, el agua discurre por debajo, serena, en caso de desvío, la corriente habitual surca por otro lugar. Pero su pendiente permanece sin posibilidad de desvío o cambio. Y cuando llega la lluvia fuerte o persistente, el agua vuelve a discurrir por su antiguo cauce. Esta vez sin freno.


El desvío de ríos y arroyos puede mejorar la especulación. Por lo tanto, ya es hora de acabar con tan perniciosa lacra.

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