Con turrón on line

Publicado: 29/12/2023
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Ya se acercan los cuñaos con rectilínea presteza a los contornos de nuestras mesas como los Reyes Magos de barro al Portal de Belén



Ya se acercan los cuñaos con rectilínea presteza a los contornos de nuestras mesas como los Reyes Magos de barro al Portal de Belén que de niños poníamos en las casas. Los escaparates no deslumbran porque ya no hay quien se pida los juguetes entre carreritas escopetadas, soltándose con algarabía  y risotadas del cuidado de sus padres. Quizás sea porque la gente anda atareada entre zambombás y compras on line que sabe dios quién pagará cuando pasen las fiestas. Los campanilleros de Vilches sí que son inmortales e inalterables. Vampirismo hasta la médula con el mismo repertorio que a mi madre consolaba de la pérdida de orígenes al haberse emigrado tan pronto de casa, padres y circunstancias.  Cada fecha como ésta no poníamos Belén, ni casi árbol. No invitábamos, sino que nos fugábamos a algún recogimiento ajeno con casa, árbol y Belén prestados, más para olvidar los que ya no estaban que para celebrar lo que todos los demás. Éramos bichos raros -y lo seguimos siendo -en esa conciencia tan nuestra de campanilleros vampíricos, eternos e inalterables. Ahora que mis padres se han ido, que Gloria ha llegado, que la familia transmuta como un organismo vivo en una muestra de laboratorio, sigo sin árbol, Belén, ni campanilleros vilcheños por más que mi prima me pase los videos de sus rondas nocturnas.  Para mí los orígenes no son más que una película de Di Caprio. Me identifico más con una furgoneta de carga con el logotipo de mi apellido impreso en la loneta que la cubre y tres personas comiendo entre risas a los pies de ella. Si algo fuera, sería eso. Más nada. Ni aire, sí viento. Ni tierra, sí macetas.  Ni fuego, sí candela. Ni mar, sino océanos. No hay nada en estas fechas más que el frío de lo que viene, la esperanza que no cesa, la humanidad galopante, la lluvia y el estío jugándosenos a las cartas,  tan lejano todo que no se vislumbra más que sí lo soñamos con los ojos de un niño. Los cuñaos ya calientan motores subidos a una furgoneta eléctrica de Amazon, hartitos de curro sin paga extraordinaria, con infieles cotidianos abriéndoles la puerta de mala manera , para recibir un paquete que no se acuerdan que compraron. Los escaparates ya no son magia embotellada. Ni las Barbies muñecas. Ni los niños, inocencia. Sólo los que cogimos el hábito de respirar en los sesenta estamos ahí encorsetados, cogiendo el número para las cabriolas finales, quizás las más productivas, quizás las más tenaces. No lo veo claro,  porque como a Rappel me faltan los datos para dar un pronóstico de futuro recomendable. El apóstol Santiago tampoco me ayudó mucho en esta tarea, porque como a los poderosos te tienes que acercar por la espalda para cogerle desprevenido. Le abracé lo más fuerte que pude, pero aun así no le vi gesto alguno por más que me ungí a su cuello. Creo que buscaré por Internet algo que me alegre las fiestas. No un Belén, ni un árbol, ni turrones. Quizás le diga a mi prima que me pase un video de los campanilleros y acabe de una vez con tanta miseria despendolada. A tajo seco , como de anís sin rosquillas de azúcar. Que no se diga que las de mi estirpe tenemos miedo, que solo nos lo da que el aire se quede sin viento, la tierra sin macetas, el fuego sin candela y el mar sin océanos. Va por ti, Gloria. Con esos ojos que tienes que ven futuro, con esas manos enormes que agarran corazones y esos pies que patearán a los dioses que se te opongan como siempre han hecho las de nuestra familia. Bienvenida, meniña, canto te quero.

 

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