Con Marruecos nos movemos entre deseo y realidad. Nos aferramos al primero y desdeñamos la segunda. Queremos mantener relaciones estables, incluso cordiales, con nuestro vecino del sur no sólo por el interés basado en la cooperación en materias como inmigración clandestina y lucha antiterrorista sino por proximidad geográfica y cultural de dos pueblos que conviven con normalidad. La realidad es bien distinta. Las élites marroquíes, empezando por su monarca, no van a parar de reivindicar el Sáhara Occidental y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla.
La paradoja es que, a pesar de la evidencia histórica, en España parece que no nos acabamos de enterar. Esa candidez está a prueba, y cuando Rabat aprecia síntomas de debilidad pone en solfa la resistencia del Estado español. Nada nuevo bajo el sol.
Yo defiendo un Gobierno que acoge, por motivos humanitarios, a una persona con una grave enfermedad; pero si lo hace tiene que estar preparado, máxime cuando se trata del enemigo público número 1 de Marruecos. Avisos ha habido unos cuantos. En 2014, por ejemplo, la Guardia Civil interceptó por error una moto acuática pilotada por el rey Mohamed VI y el enfado real supuso la llegada de 1.400 inmigrantes en 48 horas a las costas andaluzas, además del cese del jefe de la Comandancia del instituto armado en Ceuta.
¿Cuántas veces han informado los servicios de inteligencia de la pasividad de la Gendarmería marroquí cuando el Gobierno de Rabat se sentía contrariado por una acción u omisión de Moncloa? Innumerables. Nadie imaginaba lo que ha ocurrido, pero la reacción de Rabat era más que previsible. El reconocimiento estadounidense de la soberanía marroquí del Sáhara Occidental más la hospitalización del líder del Frente Saharaui -sin informar a Marruecos- era una combinación explosiva. Y todo esto ocurre a un mes del supuesto inicio de la Operación Paso del Estrecho, un dispositivo en el que la coordinación entre España y Marruecos es esencial. Recordemos el dicho: entre mi amigo y mi hermano, mi vecino es el más cercano. Actuemos en consecuencia para que las diplomacias española y europea sepan reconducir esta situación, pero sin candidez.