Sevilla ya supera a Suiza en el costo de alquiler de vivienda. De otras ciudades aún más caras, mejor no hablar. Pero en Suiza el salario mínimo es de tres mil euros. La alternativa ofrecida por las autoridades y aconsejada por los servicios sociales municipales, es la lamentable ocultación de la realidad con un eufemismo: si habitar cuesta mantener a otra familia, vivir en una habitación. Esto es España, el lugar de “las cosas son así”, inconscientes de que no “son”. Están. Y están porque alguien las ha puesto así. El lugar dónde se confunde “ley de oferta y demanda” con imposición de una parte en forma a unos milímetros del oligopolio.
Un oligopolio que no se combate, que se acepta con sumisión como vergonzoso monumento a la especulación criminal. Mientras beneficie a la parte que más tiene a costa de la miseria de muchos, es defendida incluso en el Parlamento, teórica representación y defensa de la mayoría, dónde sigue pareciendo “innecesaria” una ley que colabore a bajar precios. Será que en realidad no hay problema, porque viviendas hay. Y más siguen haciéndose ¿será por número? Efectivamente: el problema no es de vivienda, es de precio. Y de que la vivienda es el único artículo de primera necesidad que, cuanto más viejo es, más sube su precio. Hay que recordarlo: en 1980 con unos salarios medios de entre 80.000 a 100.000 pesetas, un piso de 90 m2 costaba dos millones y medio. El salario de veinticinco a treinta meses, pagado en veinte años. En 2020 con un salario de mil euros (¡ojalá!, dirá una mayoría), un piso viejo de 70 metros en un barrio extremo está alcanzando los cien mil euros. El salario de diez años a falta de sumarle intereses.
Obtener un sueldo con el alquiler de una vivienda es abuso de una parte, no tratamiento mercantil lógico; no es “ley” de oferta-demanda. ¿Aplaudiría el Parlamento que unos zapatos costaran cuatro o cinco mil euros o un kilo de legumbres alcanzara los quinientos? Porque sus vendedores buscarían un beneficio exagerado, sería una especulación vergonzosa; y porque sólo podrían comer los muy, muy millonarios. Es lo que está ocurriendo con la vivienda, especulación que, sin embargo, es vergonzosamente admitida y apoyada desde el PSOE a la ultraderecha. La vivienda es un problema político desde el momento que todo problema es político y que depende directamente de los poderes públicos. Pero no debería ser una cuestión ideológica; no debería apoyarse en función de los intereses personales de muchos de los propios legisladores y gobernantes, ni de los compromisos de amigos, colegas de clase y favorecedores. Si el precio de las legumbres o las verduras tuviera proporcionalidad con el de la vivienda, habría terremotos y tsunamis. La aceptación de las llamadas “circunstancias”, ya es un triunfo de los políticos en activo y los que les precedieron, pero la norma de seguir apretando mientras no reviente es errónea, porque el reventón siempre sorprende. Por eso sería inteligente que, dejando aparte intereses personales y de lobbies, dejen de apretar y empiecen a retroceder. No vaya a ser que les reviente en pleno rostro.