Esta fue la expresión de un directivo bancario, después que el banco en que trabajaba, procedente de la fusión de ocho cajas de ahorros, fuera absorbido por otro banco mucho más voluminoso, también procedente de otras cajas de ahorros y de seis bancos andaluces, que después de eso ha seguido creciendo con la absorción más cajas de ahorros reconvertidas a banco. No caía el pobre hombre, más bien no quería caer, porque de hombre pobre tenía bastante menos que de pobre hombre, que ni él ni “su” banco habían crecido, porque al contrario, “su” había desaparecido y él estaba a punto de desaparecer de la nómina. El sentimiento ha sido general. Con orgullo y satisfacción decía otro: “la fusión ya está hecha” cuando la caja, una entidad seria en la que trabajaba, fue obligada a cargar con el lastre de otra entidad mal gestionada que los llevó a la ruina hasta ser entregada sin contrapartida a una tercera más sólida.
Casos no han faltado. Las fusiones se vendieron como el remedio del sistema financiero. Pero en todo caso habrá sido para las entidades que lo conforman, no para el sistema en sí, menos aún para su clientela ni para sus empleados, aunque muchos de aquellos y muchísimos de estos disfrutaban convencidos de la bondad de crear “entidades más fuertes”, inocentes e inconscientes de que sólo crecía la entidad absorbente. Disminuían los servicios y el personal. Ahora, cuando la entidad que más absorciones ha disfrutado-del verbo disfrutar, porque ha sumado activos hasta más que duplicar su tamaño sin desembolsar ni un céntimo-, se empiezan a dar cuenta de cuánto les han perjudicado las fusiones. No se trata de alegrarnos, pero ellos no han mostrado la mínima simpatía ni solidaridad con los primeros compañeros despedidos, ni con los clientes, cuando se negaban a recibirlos con exigencias de cita previa y otros abusos. También entonces eran trabajadores, pero puede que no lo supieran cuando no se preocuparon por ser solidarios pero se alegraban “porque eran más grandes” y tanto absorbentes como absorbidos festejaban el “crecimiento” de “su” entidad. Han tardado en darse cuenta que ni una ni otra eran ni son “su” entidad, sino sólo de quienes ahora los dejan en la calle.
Es lamentable por cuanto supone el paro para tantas familias; peor aún es la minoración de puestos de trabajo que jamás se recuperarán, pero todavía pueden ir disminuyendo. Y más aún por lo que supone de mayor gasto y menos ingreso para la Seguridad Social, a la que están conduciendo de forma inexorable al precipicio de la bancarrota. A ninguno de los que ahora piden solidaridad les preocupó esta realidad hasta que les ha caído encima. Y no es que por eso lo merezcan. Pero, cuando menos, debería servir para ser más solidarios en el futuro. No sólo ellos, también cuantos estén viendo en este momento como no errábamos quienes lo avisamos.
Pero ¡qué pena! Qué difícil es escarmentar en cabeza ajena. Y que fácil acordarse Santa Bárbara sólo cuando los truenos revientan junto a nuestros tímpanos.